Somos conscientes de los problemas que aquejan a la economía mundial aunque no compartamos las directrices del Banco Mundial ni de los grandes gurús del capitalismo. Ahí están las dificultades reales de una burbuja inmobiliaria, que todos contribuimos a hinchar y que explotó cuando ya era imposible disimular que la oferta era superior a la demanda y que el alza de los precios había matado toda posibilidad de compra. Es evidente que las pequeñas y medianas empresas, pese a hacer sus deberes correctamente, no encuentran la financiación adecuada; posiblemente porque bancos y cajas de ahorro se dejaron arrastrar por los amigos y parientes de los consejos de administración para poner su dinero al servicio de los pelotazos económicos y no donde eran necesarios e incluso imprescindibles. Nadie puede ocultar el drama de los parados y las dificultades de crear nuevos puestos de trabajo o redistribuir los existentes para que todos seamos útiles a la sociedad y contribuyamos a su mantenimiento. Sería absurdo, por otra parte, negar que el aumento de la esperanza de vida en un momento de contracción, o al menos de no expansión económica, plantea dificultades innegables al pago de las pensiones durante periodos muy prolongados.

Todo lo anterior está en la mente de cada ciudadano, sea cual sea su ideología y confiamos en que para cada uno de los males anteriores exista una solución que no necesariamente pase por paralizar el sector de la construcción, subvencionar generosamente las pérdidas de los bancos y cajas con fondos públicos sin exigir responsabilidades penales a los causantes de la quiebra financiera y permitir las fusiones frías entre cajas que mantienen intactos los privilegios de sus abultados consejos de administración, convertir a los presupuestos del estado en una máquina de pagar subsidios a todas luces miserables, a la vez que se mantienen unos abultados gastos corrientes de la estructura de ministerios y sus delegaciones, diputaciones y asesores y se reducen salarios a quienes ni tan solo vieron crecer sus nóminas en tiempos de bonanza por encima del nivel de los precios. También imaginamos que hay otras vías para mantener el equilibrio entre entradas y salidas del balance económico de las pensiones cuando se siguen tolerando prejubilaciones en algunos sectores, más allá de ampliar urbi et orbe la edad de jubilación. Lamentablemente, nadie nos explica ni éstas ni otras alternativas posibles.

El nuevo Gobierno ha nacido con la vocación de hacer llegar a la ciudadanía el discurso de su acción política y de verdad que esperamos impacientemente que se nos expliquen todos los detalles y motivos de los problemas y de las acciones en curso. Como ciudadano y como votante confío en que la actitud demostrada por algunos de los nuevos ministros en su toma de posesión no quede en palabras huecas y que, de verdad el ministro Alfredo Pérez Rubalcaba pueda y sepa transmitir a los ciudadanos las medidas y las razones de las decisiones del consejo de ministros.

En este momento resulta particularmente esperanzador el discurso del nuevo ministro de trabajo Valeriano Gómez pues, a diferencia de su predecesor, parece un hombre de mayor altura intelectual capaz de pensar con varias variables y no con eslóganes tales como 67 en lugar de 65. A nadie con dos dedos de frente se le oculta que la edad de jubilación no puede ni debe ser un universal que desprecie las diferencias entre unos trabajos y otros. ¿Se imaginan a todos los agricultores doblando la espalda a los 67 años, o a todos los conductores de autobús prestando atención al tráfico de una gran ciudad a esa edad, o quizás a todos los policías persiguiendo a unos delincuentes porque no han llegado a la edad reglamentaria?

Resulta inadmisible esa falta de matices en los discursos políticos y no es extraño que cuando se habla a golpe de consigna (aquí o en Francia) se choque contra la incomprensión de los ciudadanos porque, ¿tan difícil es explicar a un joven que se incorporó a los 35 años al mercado laboral que resulta imposible pagarle una pensión desde los 65 hasta los 90 cuando tan solo cotizó 30 años? ¿De verdad un ministro con toda la maquinaria a su alcance no puede dar el salto de hablar de generalidades en el tema de pensiones a analizar la situación concreta de cada sector y plantear, además, fórmulas flexibles que permitan reducir paulatinamente la dedicación laboral y el salario en función de la edad y la disposición de los trabajadores o de verdad no se pueden arbitrar soluciones que permitan la incorporación de nuevos trabajadores con menos cargas tributarias a empresas que supieron mantener su plantilla en lugar de limitarse a rebajar los costes del despido?

Lo dicho sobre el tema de jubilaciones y pensiones son tan solo ejemplos de lo que muchos votantes del PSOE, del PP y de otras opciones piensan y que, desgraciadamente, no encuentra eco ni respuestas ni explicaciones en los círculos del gobierno ni de la oposición. Hagan pues un esfuerzo nuestros hombres y mujeres públicos para explicar problemas y decisiones si no quieren encontrarse con abstenciones cada vez más abultadas, críticas y descalificaciones a su inactividad o a su acción de gobierno y manifestaciones ciudadanas contra medidas que, si no se explican con pelos y señales, sólo pueden interpretarse como arbitrariedades.