Dejando aparte el estado de alarma decretado por el Gobierno, la noticia local más alarmante es, al parecer, la escultura que está construyendo el artista de la ramita de romero en la boca, Juan García Ripollés, como homenaje a don Carlos Fabra, presidente de la Diputació de Castelló. Según las fuentes mejor informadas, el presupuesto de la escultura es de 300.000 euros. La idea es instalarla en el futuro aeropuerto de la capital de La Plana, proyecto personal de Fabra, quien siempre soñó con que la ciudad donde nació tuviera un aeródromo para volar a Burriana, París y Londres y promocionar la festa de les gaiates, el arte popular de las bombillas eléctricas. Aunque la escultura está ya en las agendas de todos los partidos políticos (en la del PP para defenderla, y en la oposición para denunciar el abuso o exageración), puede que Fabra se merezca esta nueva joya artística de Ripollés por la ilusión que ha puesto en este aeródromo.

El mismo Ripollés ha evocado estos días, no sin cierta emoción, que fue en un lejano verano. El señor Fabra iba a cumplimentar o cenar con el ex presidente José María Aznar en las tibias noches de estío en Platgetes de Bellver (Benicàssim). A la hora de los wiskies y los puros le dijo que quería un aeródromo para Castelló. A lo cual, el ex presidente le contestó que «no estoy a favor ni en contra». Por consiguiente, Fabra tuvo que activar todo su ingenio y capacidad mercantil —que es mucha: consúltense las hemerotecas y los juzgados— para hacer realidad su carta a los Reyes Magos de Oriente. El capital social de Aerocas, la empresa promotora pública del aeródromo, está constituida «casi en un 99% por la Generalitat Valenciana» (Levante-EMV), lo cual confirma que cuando un niño sueña con que los Reyes Magos de Oriente le pongan un aeropuerto en los zapatos, el 5 de enero por la noche, su fantasía se cumplirá con cargo a los impuestos de los probos contribuyentes.

Antes de su inauguración ya hay quien le pronostica una trayectoria procelosa y un final tal vez doloroso. Estos augures de la catástrofe exhiben como antecedente el calamitoso episodio del aeródromo de Ciudad Real (una ciudad de 74.000 habitantes), impulsado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Ha terminado en una ruina, a lo aterriza como puedas. Más dinero público derrochado. Así va este necio país, con su historia de pícaros, ignaros, políticos venales, vagos y vividores.

Al contrario de la mayoría de las esculturas y estatuas de los dictadores, megalómanos, patriarcas y totalitarios que han poblado, y pueblan, el mundo, casi todas inscritas en el realismo, desde el socialista, hasta el nazi, pasando por el de algún mando subalterno de cualquier ideología, la de Fabra es distinta. Enternecedora, incluso. mediterránea. De arròs a banda. Más semejante a una falla o una gaiata (sin bombillas Osram) que a las plúmbeas esculturas de los Stalin, Ceaucescu, o la escultura monumental de Arno Breker, el artista favorito de Hitler.

Hemos visto los bocetos en color. El rostro de Fabra no es muy obvio. Sólo se intuye. Lógico. Ripollés no es un artista adscrito al realismo, sino a, en esta ocasión, el gremio de los confiteros y reposteros, de tan honda raigambre en el Reino de Valencia. La escultura, fíjense bien, es como una de las figuras de mazapán que elaboran nuestros artistas de la repostería y la confitería. Un hallazgo.