Si hay algo más cruel que destituir a alguien, es sustituirlo por su peor enemigo. El solapado Zapatero se entrega con cierta frecuencia a ese placer privativo de los gobernantes veteranos. Gracias a los cables de Wikileaks, Pérez-Reverte ya conoce la respuesta al mayor enigma de la España contemporánea. Moratinos no lloró en su despedida por la dureza del cese, ni por la orfandad del país, sino por la llegada a su despacho de Trinidad Jiménez, a la que había tenido que sufrir como secretaria de Estado para Iberoamérica.

Jiménez ya desalojó del Ministerio de Sanidad a una descompuesta Elena Salgado, por lo que el misterio de la Sanísima Trinidad consiste en su función de verdugo de Zapatero para la decapitación de ministros obsoletos. Según los cables, la difícil convivencia entre el ministro titular y la ambiciosa secretaria de Estado sirvió de regocijo al embajador de Estados Unidos, que informó a Washington sobre las querellas entre sus dos subordinados españoles.

El único punto probable de acuerdo entre Moratinos y Jiménez era la fidelidad preferente a Washington, por encima de Madrid. Dado que una de ellos sigue ocupando la cartera de Asuntos Exteriores, no hay razones para sospechar una inversión de las prioridades. Trini —denominación que la interesada colocó en su página web, aunque seguramente la deploraría en las mandíbulas de un mastín de la derecha— fue clave en la creación de Zapatero, pero esta deuda bautismal no explica las sucesivas promociones de una candidata que pierde todas las elecciones a que se presenta. En la última de ellas, el voto estaba restringido a militantes socialistas, lo cual no evitó un traspié premiado con la cartera más representativa del Gobierno.

Por su condición de atlético, Moratinos ha incorporado la derrota a su ADN. Sus lágrimas se secaron pronto, porque su enemiga y sucesora debutó contemplando impertérrita la crisis del Sahara desde las cumbres de un oportuno viaje a Bolivia. De inmediato, Zapatero fletó al ex ministro a interceder en Argelia para ver de apaciguar los caldeados ánimos magrebíes. No cabe mayor descrédito para la cancillera, que debe relamerse ante la promoción que le reportará su enésimo tropiezo. Está vacunada contra el fracaso, aunque sea con los seis millones de dosis sobrantes de la campaña contra la gripe A que nunca existió.