Estaba tomándome el gin tonic de media tarde cuando el joven de la mesa de al lado me dijo que dirigía una revista.

-¿Qué clase de revista? –pregunté.

-Se trata de una revista sin clase —respondió—, tomamos textos de aquí y de allá, los imprimimos, los encuadernamos y punto.

-¿Mezcláis entonces toda clase de temas?

-Exacto, como cuando en un terreno sin cultivar crecen cosas diferentes, cada una de su padre y de su madre.

-En los terrenos sin cultivar —dije— crecen sobre todo malas hierbas.

-Pues entonces es una revista de malas hierbas.

-Ya —concluí fingiendo que acababa de recibir un mensaje en el móvil.

-Usted no se está tomando un gin tonic —dijo al rato el chico.

-No —dije—, me estoy tomando un té.

-¿Por qué finge entonces que se está tomando un gin tonic?

-No finjo nada —respondí molesto—, me estoy tomando un té.

-Pero en sus artículos dice que a esta hora se toma un gin tonic.

-Se trata de un recurso literario.

-Pues para mí es una mentira. Muchos jóvenes creerán que para ser escritor resulta preciso tomarse un gin tonic a media tarde. Los incita usted al alcoholismo.

-Los jóvenes no me leen —argumenté un poco avergonzado.

-Yo sí, por eso me estoy tomando un gin tonic.

Le propuse en broma que cambiáramos las consumiciones y, sorprendentemente, aceptó, así que le pasé mi té y él me pasó su gin tonic.

-Está bueno —dije dando el primer sorbo.

-El té tampoco está mal.

La ginebra llegaba a mi estómago desde donde, de forma misteriosa, se filtraba a la sangre y desde la sangre al cerebro. Sentí un estimulante golpe de euforia y decidí que en el futuro cambiaría el té de media tarde por el gin tonic. Entonces, el chico me pidió un artículo para su revista.

-¿Sobre qué? -le pregunté.

-Sobre las malas hierbas —dijo—, o sea, una cosa autobiográfica.