Félix de Azúa hace balance en las páginas de El País. Recuerda las páginas de la revista Taula de canvi, la vieja publicación nacionalista de la transición. Nada ha cambiado en treinta años, concluye. No es catalán quien no comulga con el credo nacionalista, recuerda, y escribe palabras gruesas, como dictadura, totalitarismo, y otras. Un escritor puede escribir en uno y otro idioma, pero ha de comulgar con el credo nacional catalán. Cataluña prefiere dejar morir lo que de relevante tenía su cultura, a cambio de que sea cultura catalana. Provinciana, pero catalana, ésa es la cuestión.

Félix de Azúa hace balance. Todos hacemos balance. Él mira con nostalgia la vieja época gloriosa de Barcelona y se queja del provincianismo que domina su ciudad. Miro a mi alrededor. Madrid, Valencia, Sevilla, cualquier otra ciudad española. ¿Cuál es el comparativo de Félix de Azúa? ¿Qué hay de grande en otras culturas, en otras tierras, en otras ciudades? ¿Por qué no decir la verdad? ¿Por qué no dejar claro que no sólo Cataluña es provinciana? ¿Cuánto hace que España entera no produce una obra digna de repercusión mundial, una obra que no venga acreditada por algo diferente de la piedad del tiempo, por la virtud obstinada de los supervivientes?

No hay obra cultural sin apoyo político, en Barcelona, en Madrid, en Granada, en Galicia, en Valladolid. La cultura es una especie de agencia de prestigio del poder, una mediación pedagógica respecto a la sociedad, una empresa que expande entre la ciudadanía los temas y los gustos afines a una comprensión del poder. Sin duda, hay sitios donde ni siquiera esto funciona. ¿Cuál es el agente cultural que brinda a la ciudadanía valenciana la forma de ver las cosas del poder valenciano? Puede que Fabra, un conocido autor de chismes y chascarrillos. Pero el sentido instrumental de la cultura se ha impuesto por doquier, y no solo en Cataluña. Si Azúa tuviera que hacer un balance fuera de Cataluña, no podría extraer conclusiones diferentes. Su malestar padece de un dolor agudo propio de quien solo siente lo cercano, semejante a la miopía provinciana que denuncia.

Esto es lo que sabe Artur Mas cuando le ofrece al viejo conseller de Pascual Maragall la dirección del negociado cultural catalán. Sin duda, el gesto cumple la cantinela de la noche electoral. «Necesitamos la ayuda de todos», dijo Mas. Ahora sabemos lo que significa. Necesitamos el apoyo de las élites de los hombres de la cultura que trabajaron para el PSC. La idea implica tanto la confianza de que estos directores de museos, de centros de cultura, de revistas, de editoriales, han de colaborar con el nuevo poder nacionalista, cuanto la esperanza de que, al colaborar con el gobierno de CiU, los hombres socialistas de la cultura dejan al PSC reducido a un grupo de dóciles emigrantes de ciudades marginales de la periferia de Barcelona.

Artur Mas ha entrevisto que estos trabajadores de la cultura no tienen nada de esencialmente socialistas. Si logra que abandonen el PSC, estará en condiciones de hacer de CiU un partido hegemónico, capaz de hacer frente al plebeyismo de Esquerra Republicana, de desplazar a los socialistas a una situación completamente marginal, y de poner a sus votantes y simpatizantes en el dilema de entregarse al españolismo del PP, con su desierto cultural dominado por sus brutales agentes madrileños, o de colaborar con un gobierno catalán que sólo le pedirá lo que ya han demostrado de forma fehaciente, la fidelidad nacional a Cataluña. En suma, alguien le ha podido sugerir a Mas que tiene asegurada una profunda y amplia victoria sobre Cataluña si está en condiciones de reproducir en estas tierras la misma operación que el PP hizo en Valencia respecto al PSPV: convencer a los elementos nacionalistas del socialismo regional que era preferible un nacionalismo, aunque fuera de derechas, estilo Camps, que un socialismo capaz de atender necesidades generales del público. Si ha pasado en Valencia, ¿por qué no podría pasar en Cataluña? El malentendido del PSC podría estar, con ello, a punto de disolverse. Como se ha disuelto el viejo malentendido del PSPV.