Con el año 2010 hemos concluido una década muy singular climáticamente hablando y sobre la que opino, a título personal, que marca una interrupción en el proceso de calentamiento que aparentemente se produjo en las décadas de los 80 y 90. Lo sucedido en el período 2001-2010 sugiere una atenuación térmica, aunque habrá que esperar para ver lo que acontece en años venideros. Lo cierto es que las gráficas de temperatura de muchos observatorios de la red meteorológica presentan en este último decenio una leve caída, como si se insinuara un enfriamiento tras los dos cálidos de los años 80 y 90. Quizás ese enfriamiento pueda estar relacionado en parte con el extraordinario mínimo solar de los últimos años, el más importante desde la segunda década del siglo XX.

En cualquier caso, la primera década del siglo XXI ha sido, sin duda alguna, la que ha escenificado, seguramente para siempre, la ineludible dependencia que la sociedad moderna tiene del clima , lo que ha conllevado, a su vez, que la información meteorológica se haya convertido en una de las de mayor demanda a escala planetaria. Desde una perspectiva mundial, esta última década nos deja sucesos tan contrapuestos como la devastación causada en 2005 por el huracán Katrina en el sur de Estados Unidos, el excepcionalmente cálido verano de 2003 en Europa y los inviernos más duros de los últimos tiempos en muchas zonas del hemisferio norte en 2009 y 2010, que incluyeron la congelación del mar Báltico después de varias décadas sin que ocurriera. Para la Comunitat Valenciana y el resto de España, si seguimos un orden cronológico, hay que fijarse, en primer lugar, en la ola de frío de diciembre de 2001, probablemente la más importante de la década por los récords de frío en muchos lugares del ­noreste peninsular.

Al igual que en el resto de Europa, el verano de 2003 fue excepcionalmente caluroso en España, aunque en la Comunitat Valenciana julio y agosto fueron algo más cálidos en 1994 porque la circulación atmosférica favoreció una mayor persistencia de vientos de poniente , que son los que a orillas del Mediterráneo y en sus inmediaciones disparan los termómetros hasta cifras récord. Para la ciudad de Valencia hay que recordar, asimismo, que este último verano, que cierra la década, ha supuesto el récord absoluto de calor, con una máxima de 43 grados el pasado 27 de agosto, que desbanca la anterior marca de 42,5 que estaba vigente desde agosto de 1994. No obstante, aunque el verano de 2010 ha supuesto récords puntuales como ése, en promedio ha sido menos cálido que los de 1994 y 2003.

Esta década se han visto caer copos de nieve en Valencia varios inviernos, aunque no llegaron a cuajar. La última vez que la ciudad del Turia se vistió de blanco fue el 11 de enero de 1960, pero seguramente en ello ha influido la circunstancia de que hace medio siglo el cap i casal era una ciudad mucho más pequeña y con un microclima más frío que el actual, de forma que para que ahora cuaje la nieve en la capital es necesaria una entrada de aire frío más intensa que la de 1960. Puede nevar, pero es más difícil que cuaje.

El otoño de 2007 será difícil de olvidar para los valencianos en general y para los habitantes de la Marina en particular por las extraordinarias lluvias torrenciales que coincidieron con el 50 aniversario de la histórica riada de Valencia en 1957. El desbordamiento del río Girona y la destrucción del puente de Beniarbeig por el torrente es, desde luego, una de las imágenes meteorológicas de la década.

Pero, indiscutiblemente, lo más importante que, bajo mi punto de vista, ha deparado este decenio en lo climático es un balance de precipitaciones que ha permitido dejar en segundo plano la guerra del agua que en los primeros años del siglo era portada constante en la prensa diaria. Lo que ha nevado y llovido en la mayor parte de España en estos tres últimos años sólo se define bien con una palabra: abundancia. No sabemos lo que tenemos, y quizás el clima no sea tan generoso en los próximos años, pero las nieves otoñales e invernales de estos últimos años, junto a sus verdes primaveras, son el mejor icono de la década climática.

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