Los flecos de la intervención en el Teatro Romano de Sagunto se posan, 25 años después, sobre el Cabanyal. Entre el nuevo amanecer reaparecen, al mismo tiempo, algunos de sus protagonistas, incólumes a las degradaciones biológicas. El autor del informe encargado por el ayuntamiento de Valencia sobre el Cabanyal, Muñoz Machado, defendió la intervención de Grassi y Portaceli en Sagunto, cediéndole los pilares argumentales a Vicente Montés, ya desaparecido. A Muñoz Machado le pagó la Generalitat socialista, como no podía ser de otra manera. Hoy le abona el trabajo Rita Barberá, aunque su nómina sea discutida por una cierta izquierda cívica e institucional. Muñoz Machado no lleva la querella contra Sinde: únicamente rebusca en la orografía jurídica y le otorga contenido. El resto se abandona a los expertos en la burocracia judicial.

El catedrático refutó, en los años ochenta del siglo pasado, la Ley de Patrimonio Estatal en el caso de Sagunto y objeta hoy la orden del Ministerio de 2010 que paralizó el plan del Cabanyal basándose en la figura del «expolio». Lo esencial, sin embargo, es que su doctrina sobre la conservación y rehabilitación de los monumentos se mantiene casi inmutable. Antes sirvió al PSOE y hoy sirve al PP. Entendió entonces y entiende ahora –como entiende uno mismo– que el «mimetismo» en la conservación monumental es rechazable, puesto que el conjunto histórico es un «cuerpo vivo» al que se condena a la «petrificación», a la «museificación» o a la «momificación» si se aplica el principio de la parálisis, cuya única virtud conduce a la reproducción de escenografías embalsamadas de pueblos de cartón-piedra y de postales carentes de vida. El anfiteatro romano debía vivir y entregarse a las artes escénicas, como razonó Tomás Llorens y el gobierno socialista. Y al parecer hoy el Cabanyal ha de mudar una parte de su piel, aunque tampoco a lo bestia, como quiere Barberá, para tantear su renacimiento, renunciando a convertirse en un mero icono del pasado. Cuando se le llama a Muñoz «amiguito» de Barberá desde la dirección del PSPV habría que retrodecer en el tiempo y testimoniar las analogías de los casos Sagunto/El Cabanyal y las labores de Muñoz en cada uno de ellos. Esto es imposible, claro, puesto que las opiniones de las izquierdas y las derechas ya están muy educadas en ambos episodios y han elaborado sus pegadogías excluyentes. (Cuando alguien, como Calabuig, las quiere «unir», acaba asesinado al amanecer por los suyos, que, como demuestra la historia, son los primeros en acuchillar al príncipe o al camarada). Y, sin embargo, hace unas décadas, cuando la «gauche divine» barcelonesa refulgía como el único sol hispánico de Occidente, sus urbanistas y arquitectos proponían la demolición inmediata de la Sagrada Familia de Gaudí. Oriol Bohigas entre ellos. Hoy es una atracción para los japoneses. Da dinero y se elaboran estampitas. Silencio, pues. Todos contentos. La salvación del Cabanyal pasa por comparecer en el mercado turístico y fabricar euros. Si no se ven japoneses paseando por sus calles, está condenado.