En realidad, el título de este artículo debiera ser Réquiem por Daniel Bell, el sociólogo de Harvard fallecido recientemente y autor de El advenimiento de la sociedad postindustrial (1973), uno de los libros más influyentes y de mayor impacto en la segunda mitad del siglo XX. En este texto, Bell examinaba con detalle el futuro de las sociedades avanzadas, y más concretamente de los Estados Unidos ,que era, según él, el país en el que se podía observar mejor, en la década de los 70, la emergencia de lo que denominó la sociedad postindustrial. Un proceso que, según sus pronósticos, afectaría en las siguientes décadas a los países más industrializados de Europa, incluida la Unión Soviética, y Japón.

Aun reconociendo que el concepto de sociedad postindustrial se encontraba en el nivel de la abstracción, este sociólogo norteamericano apuntaba ya los rasgos concretos que le caracterizarían de forma cada vez más acusada en las décadas siguientes. En el sector económico pronosticaba el cambio de una economía productora de mercancías a otra productora de servicios, siendo Estados Unidos el único país del mundo donde el sector servicios suponía, en aquellos años, más de la mitad de los puestos de trabajo y más de la mitad del PNB. Era, pues, la primera nación en la que la mayor parte de la población no se dedicaba ya a ocupaciones agrícolas o industriales, que era lo propio de lo que Bell consideraba todavía como sociedades industriales, y en las que la ciencia de­sempeñaría un papel cada vez más importante, como así ha sido.

El éxito mediático y político de la denominación sociedad postindustrial, especialmente su interpretación más literal y sin mayor reflexión crítica, ha conducido, entre otras cosas, a la penosa situación actual. Los países que como el caso del propio Estados Unidos o de la España actual no han mantenido una política industrial de conservación e innovación tecnológica de las pequeñas y medianas empresas, han ido adelgazando su contribución al PIB y, en consecuencia, han perdido dramáticamente empleo industrial y también empleo en servicios avanzados. Por el contrario, los países que como Alemania han continuado viéndose a sí mismos como países industriales, eso sí, cada vez tecnológicamente más avanzados, han continuado creciendo económicamente y, sobre todo, creando empleo industrial y también empleo en el segmento más cualificado del sector servicios.

No se trata, pues, de negar la contribución y el peso del sector servicios en las economías de los países más avanzados en estos comienzos del siglo XXI. De lo que se trata es, más bien, de recuperar el sentido profundo de lo que significa vivir en y construir una nueva sociedad industrial, como sería el caso de Alemania, el mayor exportador mundial de productos industriales tecnológicamente avanzados. Pensando en el caso valenciano, entiendo que urge cambiar los esquemas que han conducido a esta comunidad o país a desarrollar un sector servicios de ocio y turismo realmente ejemplar pero que ha dejado en segundo plano la política industrial.

De lo que se trataría ahora es de dinamizar con mayor ímpetu y voluntad política la economía industrial valenciana, revalorizando y adaptando a la dinámica globalizadora su tupida red de pequeñas y medianas empresas. Unas pymes de las industrias azulejera y de la cerámica, juguete, mueble y otros complementos para el hogar, textil, metal, construcción, agroalimentaria y, en general, todas las actividades que vienen impulsando eficientemente los institutos tecnológicos desde la segunda mitad de los años 80. Unos institutos que, desde que se creara el Impiva hace más de dos décadas, no han dejado de colaborar con y estimular a las pymes valencianas, y que continúan siendo sencillamente imprescindibles para seguir revalorizando y adaptando a la globalización económica el tejido industrial valenciano. Y recordando siempre que la economía de las sociedades avanzadas en este siglo XXI es y puede ser cualquier cosa menos postindustrial.