Preguntar lo del titular supone partir de algunas suposiciones. Una, que ser rico conlleva ser gilipollas. Dos, que no soy rico. Y tres, que no soy gilipollas. Hasta ahora, y lo digo porque sé de qué hablo, y quizá usted, como espectador también lo corrobore, la imagen que las teles nos han ido dando de los ricos es nefasta, un desvalor en alza en tiempos de valores a la baja. Hay dos formas de ataque al ricachón. Y en casi ninguna, el rico que te cagas sale bien parado. Para los informativos, riquezas como la de la activista del cuché Carmen Lomana no existen, a no ser que como fallera mayor de la comisión de una falla valenciana dé el campanazo y en un revuelo de encaje, puntilla y bordado, arda en la vía pública, dios no lo quiera. Pero sí hablan de otros ricos, como los que se hacen de oro trajinando desde los bancos con el esmirriado dinero del pobre, así que la imagen que tenemos de ellos es más fea que la de Aznar exigiendo recortes en el salario del currante para salir de la crisis pero metiéndose entre canino y canino un pastizal que la mayoría no verá en su puta vida. Luego están los programas que no son informativos, donde los ricos sí aparecen, y lo hacen reclamados como ricos. Me refiero a la fiebre exhibicionista que recorre la pantalla, aquello de que Gonzalo Miró la tiene más grande que Fernando Hierro, pero ninguno como la del arquitecto Joaquín Torres, que tiene una cosa enorme, desmesurada, una hermosura ciclópea pero, y perdonen que me salga la vena de pobre, inútil, porque al final, picha o casa, con la puntita vamos bien.

Quizá volvamos más adelante a esas divisiones estrictas, pero hay que mencionar con mucha urgencia un campo intermedio, no por baldío sino porque sirve para un roto y para un descosido. José María Ruiz-Mateos lo mismo sirve para intervenir en directo muy trajeado en un informativo tratando de apuntalar sus tambaleantes negocios, que para abrir un informativo y el magacín de Teresa Campos vestido de lagarterana, de supermán, o fallera. Una de sus últimas intervenciones ha sido la monda. No me refiero a esa en la que dijo, como podría decirlo David Guapo en El club de la comedia, que si no pudiera pagar a los que invirtieron en sus flanes, manzanillas, o bombones, era capaz de pegarse un tiro, pero que no, que no se abrirá la tapa de los sesos porque su religión no se lo permite. Mecachis. Me refiero a lo siguiente. Matías Prats, otro cachondo, lo invita a entrar en directo en las Noticias de Antena 3 para hablar de Nueva Rumasa, que ha conseguido parecerse a la antigua en un tiempo récord y precipitarse por parecido despeñadero de tiniebla y pedernal, un potro desbocado que no sabe a dónde va. Bien. Buenas noches, le dice Matías al patriarca del clan. Buenas noches, responde José María desde la kilométrica pantalla, te quiero mucho por el recuerdo a tu padre, pero lamento que todas las preguntas no me gustan, no me gusta ninguna. Glup. De momento no le he formulado ninguna, se atreve a afirmar Matías Prats. A partir de ahí, imagínense. Usted pregunte, que yo diré lo que me dé la gana, o rezaré el rosario.

Ya sé que es poco lo que digo de esta familia, pero confío que me envíen el presente que corresponda. Les cuento. Hace años hice un comentario tan tonto como el de arriba sobre la familia Ruiz-Mateos, y al cabo de unas semanas, Ramón Ferrando, que estará a la derecha del padre de los periodistas, me llamó diciéndome que había llegado a La Cartelera de Levante-EMV una caja con todito, desde bombones a flanes, que si me la enviaban a Granada. Generoso, como un rico con corazón, o como un pobre gilipollas, le dije que la disfrutaran en la redacción. Espero que esta vez no me hagan la putada de mandarme bonos de Nueva Rumasa. Ni yogures, que no me gustan. Viendo esta semana la imagen de los varones de la familia —que las chicas estarían en labores propias de su sexo— se me vino otra tontuna a la cabeza. Como son mogollón, los Ruiz-Mateos tienen otra salida en caso de hundimiento, dios no lo quiera. Entre padres, hijos, sobrinos, nietos, primos, bisnietos, nueras, yernos, bebés, infantes y jóvenes, podrían llenar todo tipo de formatos. De los potros de Supernanny, a los cabestros de Hermano mayor. De los zánganos que eructan y ventosean en Gran hermano, a las Escenas de matrimonio de José Luis Moreno. De las Mujeres ricas, a ¿Quién vive ahí? De las graciosas y ordinarias chotillas de Princesas de barrio, a los desgraciados pijos de Hijos de papá, que Cuatro ha tenido a bien estrenar para completar un círculo aún no cerrado.

Ya saben, si el barco de este empresario zozobra, a buscarse la vida en la tele, como a gritos pide el padre Apeles por los platós, hoy botarate arrinconado. Lo de Hijos de papá en Cuatro podría ser la venganza popular de los pobres contra los ricos, un espejo en el que los vemos como lo que son, unos pobres desgraciados, unos gilipollas a los que Luján Argüelles dice que meterá por vereda para que se pongan un bozal antes de decir que, como decía un afectadísimo Christian, en un día de compras se puede gastar entre 15.000 y 30.000 euros, o como reflexiona una tal Gemma, segura de que nació para ser rica, irse de compras, no hacer nada, pero gastarse 6.000 euros en potingues. Lo de Cuatro es admirable. Es una cadena en cadena, una ONG para padres que no ejercen. A los seis años se los encomiendan a Rocío Ramos, la Supernanny, a los 16 le pasan el muerto a Pedro García, el Hermano mayor, si cambiaste el cariño y el control por una tarjeta de crédito y convertiste a tu hijo en un hijo de papá, en perfecto imbécil, que se lo lleve Luján Argüelles a Hoyos del Espino, Ávila, sin tarjetas de crédito y retirando cajonadas de vaca, y si aún así la cosa no se endereza, lo metes en Gran Hermano, se hace unas portadas enseñando el culo, y te aseguras de que, por fin, servirá para algo, será un excelente colaborador de Sálvame. Total, que un servidor es gilipollas por no servir ni para ponerse a las órdenes de Jorge Javier.

PD: Decidido, que sean bombones. Que te atrapo, leche.

Ellos no se disfrazan

Acaba de terminar la semana de la moda de Madrid, aunque sus ideólogos enredan el nombre con estultas marcas. Total, que Cibeles Madrid Fashion Week —manda botones— ha dejado un rastro conocido, el de las modelos medio zombis, perfectas con un poco más de maquillaje para intervenir en «The Walking Dead», y disfrazadas por diseñadores sádicos que, ahí están las imágenes, van de vaqueros y camisetas. Ellos sí que saben.