Primero fue un problema de reciprocidades y ahora resulta que es una cuestión de múltiplex (què collons serà un múltiplex!). Pero no engañan a nadie que no viva engañado: se trata de un ataque a la libertad de expresión, de un problema de censura pura y dura que hunde sus ya viejas raíces en un prejuicio cultivado, compartido y exacerbado: el fantasma (de carne y huesos, nombres y apellidos) del anticatalanismo que tan buenos resultados electorales les reporta, sin que se vislumbren otros beneficios para otros, y que ha terminado por emponzoñar a la sociedad civil valenciana, caracterizándola. No sé, en una sociedad normal el cierre de TV3 sería uno de esos límites intraspasables y que los ciudadanos razonables no deberían permitir. Aquí, sin embargo, no pasa nada y aquí (¿dónde, si no?) nos tienes a todos (digo todos y quiero decir muchos braceando en un mar de indiferencia) reivindicando un canal de televisión. No han callado una voz (que también), han apagado una lengua: podemos prescindir de todos y cada uno de los programas que emite TV3, pero la lengua (su uso, su difusión, su normalización) no admite más recortes ni otras limitaciones.

Si nos atenemos a los hechos, ¿alguien podría explicarme en qué se equivocó Fuster cuando afirmaba aquello de que «el País Valencià serà d´esquerres o no serà»? Los mimbres del argumento serán criticables, pero la conclusión la clavó.

Uno creía que en los Estados modernos el poder estaba institucionalizado, que era impersonal. Digo esto porque no me ha quedado claro si el equipo de 110 periodistas, politólogos y expertos analistas trabaja para el president de la Generalitat, la institución, o si se dedican a cuidar la imagen de Francisco Camps, la persona. En cualquier caso, parece mucho hueso para tan poco caldo. Hablo de las consecuencias, de los resultados. Vamos: de lo nuestro.

Los nihilistas son una plaga. No le encontraban sentido (finalidad, utilidad) al edificio del Ágora, pero la ocasión de unos partidos de tenis y un desfile de moda les calló la boca: para eso, por ejemplo, imbéciles. Ahora debemos saludar la iniciativa de alumbrar el Museo del Valencia CF en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe antes de que los nihilistas tomen la palabra, que siempre es una apuesta por el silencio, y animar a los investigadores a la práctica del deporte.

En su delirio, dice Gadafi que morirá como un mártir y que morirá matando. Lo cierto es que tendrá que ser una cosa u otra, pero no ambas: en cualquiera de sus acepciones, los mártires no matan, se dejan matar.