A mí la confesión del antiguo jefe de los empresarios valencianos, señor Jiménez de Laiglesia, de que pagaba hasta un cuatro por cien de comisión a los muñidores del gobierno socialista de Joan Lerma, me recuerda mucho las recientes celebraciones de los treinta años del 23-F. Hay que ver la cantidad de patriotas que alancearon moros muertos y los gestos de coraje que derrocharon no pocos diestros a toro pasado:

cuentan y no paran, aunque sólo Raúl del Pozo —que yo sepa— ha escrito que el canguelo manchó los paños menores de la honra nacional cuando el tejerazo. Cierto: lo vi.

Así pues, como los socialistas no mandan en este aperreado solar desde el último período interglaciar, si había delito en dar y recibir astillas o en degustar tan sabrosas mordidas, ya fuera como sujeto agente o como paciente, el delito debe haber prescrito (como la cosa fiscal de Fabra). Bien está la contrición y que se conozca la verdad a cualquier precio, pero la respuesta pronta es credencial de valor, ¿no? Ahora salen los líderes nacionales del PP a decir que ellos ya confirmaron como candidato a Nuestro Amado Líder hace seis meses, cuando lo cierto es que se lo pensaron más que una princesa casadera —la carne tira mucho, me refiero a la que llena la olla, y al final, ha vencido— y demoraron la coronación hasta el punto de temer una Semana Fallera sin fallera ma-yor, lo que equivaldría a una verdadera convulsión cósmica.

A lo mejor hemos fabricado una sociedad que es como los retablos del templo hindú de Kajuharo: nos sostenemos unos a otros en un general acople, en una copulación universal en todas las posturas, de modo que penetradores y penetrados son los palos de su propio sombrajo. Hemos desterrado el tabaco de los bares, pero la gente se agita en la calle y calienta el morro con gritos y chácharas lo que altera el sueño del personal. Le vendimos armas a Gadafi y tenemos que ver cómo las emplea y, en fin, apartamos a Vi-cente Sanz de Canal 9 por abusar, supuestamente, de unas redactoras, pero han contratado a la empresa que amparó al sátiro en su caída.