Hay dos momentos del año en que me gusta especialmente la luz del Sol en nuestro Mediterráneo. Uno es septiembre, cuando finaliza el verano y el día acorta. En ese momento la luz del sol, por la tarde, otorga un brillo terciopelo a los paisajes; y los días con nubes altas son especialmente mágicos. Otro es ahora, en marzo. El día crece y podemos disfrutar de luz hasta media tarde. Es una luz clara que ilumina una atmósfera limpia y nos da unas tonalidades de azul que van desde el celeste al cobalto, a veces agua, a veces puro, a veces flor de maíz. Y cuando el tiempo es más inestable y aparecen nubes en el cielo, el blanco de sus variadas formas es brillante. Hay momentos del año con más luz solar –final de primavera y verano– pero la atmósfera está más turbia; la estabilidad anticiclónica de los meses estivales no favorece, como sabemos, el movimiento del aire, que se vuelve pesado, cargado de calima y humedad. Por eso las épocas equinocciales, de atmósfera más movida son especialmente agradecidas para poder contemplar colores del cielo más nítidos. El sol de marzo, además, no es un sol peligroso. Los rayos solares no llegan con tanta fuerza a nuestras latitudes y caen con una inclinación que no es, aún, dañina para nuestra piel. Por eso es tan agradable ahora pasear por la playa o la montaña en días serenos y soleados. Pronto llegará el equinoccio, el día y la noche se igualarán y entraremos definitivamente en la primavera, aunque comercios y tiendas de moda, como todos los años, ya nos han metido de lleno en ella.