Vuelvo feliz de las vacaciones, vengo iluminado como un acorde. Y no tanto por los paseos sobre la húmeda tierra o el contemplar la inestable danza de los nubarrones acechadores, cuanto por la lectura del libro que escogí como compañía para los tiempos llamados muertos, que suelen ser los más vivos.

Concebido y escrito por el Laboratorio de Creaciones Intermedia de nuestra bendita Universidad Politécnica (Vicerrectorado de Cultura), hace ya ocho años que se publicó, y su título (en sí mismo un manifiesto) es «Ruidos y susurros de las vanguardias. Reconstrucción de obras pioneras del arte sonoro (1909-1945)». En las páginas de este inusitado libro, (que sirvió también de catálogo de una exposición de artefactos y documentos sónicos que en sus días yo me perdí), se repasan manifiestos, intenciones, propuestas, proyectos, textos y contextos de aquellas vanguardias dichas históricas bajo la atenta mirada del profesor Miguel Molina, un comprometido artista singular que creció en vecindad con nuestro viejo Grup Actum. Se nos muestra así un muy utópico y plural florilegio del extraordinario esfuerzo que supuso agarrar por los cuernos la vertiente optimista del avance tecnológico que se vivió desde comienzos del pasado siglo XX, por vez primera casi en el mundo entero.

Da gusto repasar fotos y leer frases (algunas por enésima vez) que, todavía ahora, parecen mirar de frente al futuro-que-ya-es-hoy. Véase si no: «Preconizamos la agitación por los hechos» (Dziga Vertov). «El arte se convierte en arte-acción, es decir , optimismo, agresión, posesión, penetración, alegría, realidad brutal, esplendor geométrico de las fuerzas, proyección hacia delante» (Marinetti). «Es necesario que nos convenzamos de que el sentido del tacto está mezclado con todos nuestros sentidos, que casi es la base decisiva de todos ellos» (Raoul Hasmann). «El oyente ya no está sólo, recogido en un salón silencioso y romántico, sino que se encuentra en todas partes: por la calle, en los cafés, en un avión, en los puentes de los barcos, en mil atmósferas diferentes» (Fortunato Depero). «De todas las artes, la música posee el más grande poder para la organización social» (Arseni Avraamov). «Estoy conectando el nuevo movimiento del verso no objetivo como sonido y letra con la percepción pictórica» (Varvara Stepanova).

Parece mentira que tras tanta ilusión, tanto esfuerzo de la humanidad toda, dando nacimiento y hasta cuerpo a tantos y tan suculentos modos de revitalizar el mundo de nuestras percepciones, conceptualizaciones, acciones, gustos y praxis individuales y colectivas todo quede en nada, y vivamos —nuevamente— en y del simulacro. Así, entre nosotros, ¿para qué tanto gastar y correr si ello nos conduce de nuevo al Wagner o al bel canto de nuestros abuelitos y sus acartonadas ficciones? ¿No será, acaso, que lo distinto, nuevo y problemático sí se da, sólo que no aquí, o no con la presencia adecuada? ¿Acaso ese parón y tente tieso que tanta paralizante atención adquiere aquí, señala y hasta denota una incapacidad casi congénita para enfrentar la realidad, una realidad que, contumaz, continúa su sinuoso camino de modos y formas muy otras?

Lo dice, en ese mismo libro, el filósofo Adorno al hacernos notar que tras cada ola de libertad creativa y su caos y hasta desnorte consiguiente, demasiada gente opta por restaurar el orden en vez de solazarse y «respirar profundamente». No me cabe ninguna duda que algo así ocurre, especialmente en esta Valencia de trabas mil y modernidades agazapadas. Es más, yo a poco que abro mis oídos al sol de esta primavera tan crítica, entreveo que de forma larvaria pero constante y tortuguil, también entre nosotros bulle esa «fábrica de hechos», ese «laboratorio de escuchas» y actitudes y propuestas que nos conectan con el radical vivir del hoy, sea —entre los nuestros— vía Laboratorio de Creaciones Intermedia, Irregularis Orchestra, Electric Orchestra, instrumentos autoconstruidos, instalaciones, intervenciones en el espacio público o grabaciones de campo o urbe, improvisaciones, descomposiciones, expansiones y mezclas en variedad casi infinita de situaciones sónicas y de escucha.

De hecho, y aunque el mundo institucional no quiera darse por enterado —y prefiera de nuevo zambullirse en las recurrentes lamentaciones de que ya se les acabó el dinero para sus dispendiosos montajes faraónicoperísticos (pobres de los exvanguardistas Fura, en manos de quiénes están)— crece la necesidad de cruzar, narrar y discutir de cuanto nos hace a muchos ser músicos comprometidos con el hoy. Se nos hace ya urgente a muchos de nosotros poner en pie, organizar un algo, un simposium o congreso o lo que sea, sobre esos nuevos modos de trato y vecindaje con lo sónico, que algunos dan en denominar Arte Sonoro Valenciano, su color, sus antecedentes (que los hay y tan ricos como desatendidos), su lenguaje, modos, fortaleza (o fragilidad) y futuro. Y en ello estamos muchos. Ya les contamos.