El secretario general de los socialistas valencianos, Jorge Alarte, pidió tiempo. Lo ha tenido. Reclamó rodearse de su equipo. Lo ha hecho. Cuando accedió a la secretaría general, hace dos años y medio, la crisis económica ya había estallado. Como Zapatero, diseñó un escenario irreal. Los resultados del 22-M le han dejado desnudo ante un partido –escaso, maltrecho, dubitativo, con un 25% menos de la militancia– que el líder socialista había moldeado para una derrota dulce, no para la tragedia con que le ha obsequiado la sociedad valenciana: su dimensión no tiene precedentes. Los problemas que afronta hoy provienen de ahí: de su intento de patrimonialización del PSPV y del desdén intransigente hacia la cultura democrática de su partido. La monopolización se ha sujetado en un dilema maniqueo: buenos y malos.

Sin ninguna duda, el PSPV está deshecho. Lo estaba antes de la colosal derrota. Está tan débil que ni siquiera los sectores críticos pueden ofrecer una alternativa a la dirección actual. Ximo Puig recibe contestación de sus propias filas y anda apagando fuegos contra Alarte: su hoja de ruta pasa por organizar antes la sucesión de Zapatero. Leire Pajín ha perdido poder: representativo en Alicante –sus candidatos han recibido duros golpes–, orgánico en Madrid –ya no es secretaria de organización– e institucional –abandonará el ministerio en pocos meses–. Los asuncionistas sin Asunción apenas son un puñado, y las minorías críticas son casi anónimas: alguna voz efímera y, en general, aflautada.

En ese contexto, surge la objeción descarnada de unos protagonistas, Joan Ignasi Pla y Manuel Mata, el uno ex secretario general, el otro exportavoz de esa misma ejecutiva, que expresan una impugnación a la totalidad. Su contestación es demasiado evidente: como a tantos otros, Alarte les dejó fuera del nuevo campo de juego (a un ex secretario general) que alisó a su gusto. Mata necesita escenario; el tiempo de Pla ya pasó. ¿Expresan el sentimiento colectivo? Sin duda. ¿Es la respuesta que necesita el escuchimizado socialismo valenciano? No estoy tan seguro.

Con menos de un 28% del voto, Alarte tiene una salida complicada. Puede esperar a las generales para sacar cabeza y resguardarse del vendaval, al amparo del aumento del voto socialista. Pero el tránsito será muy complicado. Para organizar su proyecto –la verdad es que desconocido– ha dejado en las afueras de Blanquerías a una gran porción del PSPV, sin transacciones o acuerdos. Su objetivo ha sido garantizarse una segunda oportunidad, en 2015, y algodonarse entre un grupo parlamentario fiel. En la preparación de ese terreno ha achicado todos los espacios. En épocas de bonanza, el modelo funciona. En momentos de crisis –el pozo electoral, mayor que el derivado de abismo económico de 1995–, el esquema salta por los aires. Y Alarte, sin prever las posibles consecuencias, se dejó vencer por su idea: no hizo concesiones a nadie. Fue implacable. Que el fuego contra la dirección lo esté apagando hoy Ximo Puig evidencia la fragilidad de Blanquerías, noqueada ante la magnitud del drama. A Alarte le costará levantarse. O tal vez ya no lo haga nunca más.