Nuestro paisano Pedro Solbes acaba de ser agraciado con un puesto de asesor en Barclays Bank, con lo que se suma a la selecta nómina formada por los que, desde la política, aterrizaron en Telefónica (Zaplana), Endesa (Aznar) o Gas Natural (Felipe). Aún no sé quién entrará en Autopistas, pero pienso que ha de ser un conductor ejemplar, Farruquito, pongo por caso. Pedro Solbes era aquel señor, de voz como salida de una tinaja y filtrada por un hojaldre, que nos anunciaba que tras los años de fiesta loca y neoliberal (y perdón por la redundancia), aterrizaríamos en la realidad como borrachos ricos, es decir, suavemente conducidos al hotel por el propio taxista que nos arroparía con mimo para agradecer la espléndida propina.

Entre las cualidades de cualquier banco no está la de favorecer a quienes le maltratan. La falta de visión del señor Solbes, que no nos avisó del inminente y morrocotudo batacazo —al contrario sobornaba al disc jockey para que no paráramos de bailar—la miopía de Solbes, digo, no parece un problema para Barclays: será que encuentra atractiva la mirada de un miope o que a ellos no les ha ido nada mal. El mismo desarreglo cósmico que hubiera colocado al duque de Feria al frente de los pediatras y a Carlos Fabra a cargo de las Loterías del Estado hizo que celebridades de la ciencia económica de Harvard o Yale cobraran por asesorar a empresas de administración modélica como Lehman Brothers.

El signo más claro de ese desarreglo general, de ese contradiós planetario, siempre me pareció Berlusconi, cuyo edificio —tan elegante co­mo las suites temáticas del Romaní— empieza a mostrar algunas grietas estructurales. En el pasado italiano hubo gente tan malvada como Giulio Andreotti —il gobbo maledetto—,que hubiera hecho bueno a todos los Borja y a casi todos los Sforza, pero eran, a la vez, muy finos, tan exquisitos como un cardenal renacentista: tenía que llegar un gañán más recauchutado que Dolly Parton, pero que canta mucho peor. Algo malo habrán hecho los italianos (y nosotros) para merecer esto.