La situación política, social, económica y cultural (de ésta, nadie habla: ¿a quién le importa?) de España es un drama que puede desembocar en un cataclismo. Si a todo ello sumamos los sucesos y el fútbol (no hay medio de comunicación que no abra con ellos, sea prensa escrita, televisión o radio), lo más saludable sería cambiar de país. Pero como, desgraciadamente, no es tan fácil, quien piensa un poco se refugia en lo que puede. Exilio interior. Un método que estoy ensayando para huir de tanta necedad y putrefacción es, paradójicamente, aprender a escribir crónicas de partidos de fútbol. Pero no unas crónicas normales, periodísticas (años 50 y 60 del siglo XX), como las de Antonio Valencia (Marca), Sincerator (Las Provincias) o Ramón Ferrando (Levante), sino literarias e inclusive intelectuales. Antonio Valencia fue también un prestigioso crítico teatral y literario (Premio Nacional de Literatura); el humorístico Sincerator (Santiago Carbonell), empleado del Banco de Valencia, y Ramón Ferrando, un narrador de raza.

Intenté que me impartieran unas clases Santiago Segurola (Marca y exresponsable de Cultura del diario El País); Ángel Cappa (apodado el Filósofo), exentrenador del Gimnasia, Esgrima La Plata y Mamelodi Sundowns, y Germán Adrián Ramón Burgos (el Mono Burgos), exportero del Ferro Carril Oeste (Argentina), Atlético de Madrid (España) y músico del grupo Simpatía. Tres de los más conspicuos representantes del periodismo literario e intelectual.

El primero no ha sido jugador profesional ni entrenador. Los dos segundos han alternado su profesión futbolera con el periodismo y su docto apoyo a las retransmisiones de partidos en la televisión o la radio. Desafortunadamente, no pude matricularme en sus clases, y lo poco que he aprendido de ellos se resume en este torpe ensayo, escrito después de leer o escuchar sus lecciones en la prensa, la radio o la televisión. Disculpen mi incompetencia por la siguiente —y trasnochada crónica— del partido entre el FC Barcelona y el Real Madrid.

«De entrada, el erróneo dibujo táctico del Barcelona, con Villa de falso cuarto defensa, Valdez de medio volante, Xavi de enganche entre Piqué y Alves, e Iniesta jugando a pierna cambiada, no presagiaba que un obús de Iniesta enganchado desde el planeta Saturno dejara al arquero Casillas en un estado y estadio más de shock que catatónico. Hasta el griego y ciego Fineos hubiera intuido el proyectil del manchego curado. En esta jugada erró la línea de tres cuartos, incapaz de tejer la tela de Penélope que el match demandaba. Cuando el equipo de Mou soñaba con la parada del autobús rumbo a la final de la Champions, llegó el obús y mandó parar. A partir de este gol venido desde el otro mundo, el Real Madrid olvidó que el balón nació para ser tocado y halagado, boludos. Sin balón no hay fútbol, del mismo modo que donde hay patrón (Xavi) no manda marinero (Xavi Alonso). Y CR7 es la versión mediática del Citroën 2 CV. Mou no supo leer el partido, siempre más atento a la lectura de su cuenta bancaria que a modificar su determinista dibujo en la cancha. ¿Por qué alineó a tres jugadores con la pierna cambiada cuando todo el mundo sabe que se juega, y se camina, mucho mejor con la pierna propia? Tómese como ejemplo a un galgo: ¿alcanzaría a una liebre si corriera con las patas cambiadas? Sea como fuere, lo que había de suceder, sucedió, parafraseando a Virgilio, utilero del equipo argentino Villa Mitre. Y, verdaderamente, Carlos Gardel le puso anticipadamente música y letra a esta derrota: "Adiós, muchachos, compañeros de mi vida, / barra querida de aquellos tiempos. / Me toca a mí hoy emprender la retirada / debo alejarme de mi buena muchachada"».

Fin de mi desmañado ejercicio. ¿Merezco, al menos, un aprobado?