Tras elecciones del 22-M, la metamorfosis en este rincón de España ha sido ciclópea. Del apocalipsis ígneo con llamas de fuego estrellándose sobre el Palau de Benicarló hemos pasado a una especie de relajación zen. El PP y el PSPV han pactado los organismos institucionales (la tele, el CVC, el Consell Juridic Consultiu), han convenido que las ayudas económicas de los grupos parlamentarios habían de ascender (en un gesto del PP hacia los socialistas, que perdían dinero al obtener menos diputados) y han arbitrado una suerte de espíritu sinodal para que el exámen sobre las opiniones de los senadores acerca de esta tierra y acaso del más allá (un juicio más moral que político, impensable desde una saludable ética democrática europea) se haya liquidado con complicidad campechana. Además, el líder del partido mayoritario en la oposición, Jorge Alarte, negocia con el síndic del PP, Rafael Blasco (o saluda de forma cordial al presidente Camps), como si estuvieramos en una primavera feliz y la desmemoria ocupara toda una esperanza de vida.

La última vez que se vieron antes del 22-M, en el Día de Andalucía, a Camps y a Alarte se les agrió la faz. Pasadas las elecciones, ya en el debate de investidura, entre discursos y algún bramido, Camps le entregó una carta de invitación: yo le ayudaré –le vino a decir– pero haga usted el favor de domeñar al espectro de la izquierda, que se ha fragmentado y emerge descontrolada, por su culpa. Era mucho decir. Pero es cierto. Al PP no gusta ese fraccionamiento y desconoce cómo enfrentarse a Compromís y EU. Es uno de los móviles del nuevo clima: el horror del PP al vacío que transmite la «nueva» izquierda. Su consecuencia inmediata ha sido el acercamiento al PSPV, que ha cambiado de interlocutor. No está Luna. Y Alarte ha bajado el tono del diapasón. Sus invectivas sobre el caso Gürtel están marcadas por la agenda política. El resto del guión lo ha cedido a los tribunales. Es un signo entre muchos.

Si el clima ha cambiado, ¿por qué Camps no remata el encantamiento induciendo a Alarte a celebrar un encuentro para consensuar la gestión de la crisis y administrar la participación del PSPV, ya desde un espacio común, ante los graves problemas que ha de abordar la Generalitat? No sólo los empresarios piden un esfuerzo coordinado, sino que el PP ha de requisar parcelas ciudadanas para afrontar medidas drásticas de ajuste. ¿Por qué no encarar el obligado plan de recortes desde el consenso? ¿Por qué no soportar el previsible jarro de agua fría del Consejo de Política Fiscal y Financiera de forma conjunta? ¿Por qué no preparar el terreno para las exigencias a Madrid cuando mude el color político de la Moncloa? La nueva etapa que anunció Camps para esta legislatura no comenzará mientras los dos partidos no negocien el futuro inmediato de la CV. Por el momento está fofa. Y les interesa a ambos. Al PP por las razones expuestas: le conviene protegerse. Al PSPV porque ha de regresar al ámbito institucional. Necesita que le contemplen como alternativa de gobierno y no como un partido marginal tras la dura derrota del 22-M y la diversificación de la izquierda.