A resultas de la discusión sobre la reforma constitucional creo que nos estamos pringando las manos con una materia viscosa que en absoluto debiera formar parte de la Constitución en ningún país. A no ser que queramos que en cada nación la interpretación de los principios constitucionales, totemizados en forma de tal o cual porcentaje de gasto, la realice una agencia de calificación de riesgos en vez del Tribunal Constitucional. Porque, recordemos, los dirigentes de las agencias son unos delincuentes y los miembros de un tribunal de interpretación constitucional no lo son necesariamente.

El PSOE no está en absoluto obligado a otorgar este nuevo trofeo a los mercados. Es un síndrome de Estocolmo galopante, es un tobogán por el que ya nos deslizamos sin que, como en muchas otras decisiones transcendentes tomadas muy a la ligera en los últimos tiempos, la militancia socialista disponga de más alternativa que la pura obediencia. Y este partido, el de la disciplina sin discusión previa, no es el partido al que yo me afilié en 1982, a mis dieciocho años. Entonces pesaba más la autoridad que la jerarquía, a la que de por sí, por el mero hecho de ser socialistas, tenemos un respeto bastante limitado. La autoridad se gana día a día.

Pues va a ser que no en este caso, compañeros. He firmado en el muro del profesor Vicenç Navarro para la celebración de un referéndum. Lo digo públicamente: no voy a someterme a una disciplina sin objeto y sin discusión, a la par que tan dañina para las clases populares. En estos años, el compañero José Blanco ha realizado, con ayudas indudables, un trabajo de zapa: se ha dedicado a la deconstrucción del partido socialista, ha destruido la punta de lanza más acerada de la izquierda, el aglutinador de una base social amplísima que representa nada menos que la fuerza de la modernización y la garantía de convivencia pacífica en nuestro país. ¿Queríamos un partido de cuadros? Ahí lo tenemos: estamos en cuadro.

Pero por si fuera poco, además de perjudicar el instrumento nos olvidamos de quiénes somos, obviamos mirarnos hacia adentro. Con tanta presión y tantas prisas estamos contaminando la tierra de las próximas muchas cosechas, por aceptar sin más las reglas de la ley de la selva. Bien al contrario, la socialdemocracia debe dar una respuesta contundente al latrocinio. Debemos ser los adalides de una sociedad civilizada en la que se persigue eficazmente a los ladrones y a los estafadores. Debemos modificar el Código Penal y tipificar las conductas de agencias, entidades financieras y grandes compañías monopolísticas o en situación de cártel de hecho, cuando abusan y se lucran con la angustia de las personas y los pueblos. Y finalmente, imprimir con letras de fuego en la Constitución la idea de que quien roba a los españoles se tendrá que enfrentar con España en cualquier lugar del planeta, y que además de la pena correspondiente le será incautado el producto del latrocinio. En la City, en Wall Street... o en Bruselas, que todo se andará. Es mi manera de ser patriota, a la que seguramente el PP no se apuntará.

A tantos compañeros y compañeras hoy día perplejos, solo me queda decirles aquello de Khalil Gibran, en El profeta: «Viajamos aun cuando la tierra duerme».