Los canales de televisión que dedicaron grandes espacios a la visita del Papa fueron castigados por el diablo con audiencias de pena. Quizá esa huida de los televidentes podría calificarse de una manifestación laica inversa. Nos encontraríamos así con que entre lo que sucede en las calles y lo que sucede en los domicilios existe una fractura de difícil arreglo. A veces, los medios se entusiasman con algo que deja a la población indiferente y viceversa. Entonces siente uno que fallan las transmisiones, como cuando un automóvil renquea. Una misa a la que acuden Botín y Rato, entre otros poderosos de la Tierra, es una misa negra, que merece un interés informativo. ¿Qué harán en una manifestación religiosa esos ricos banqueros, a los que resultará más difícil atravesar las puertas del cielo que pasar por el ojo de una aguja? ¿Acaso estaban arrepentidos de sus beneficios?

Son preguntas retóricas, claro. Pero resulta curioso que no hayamos visto nunca a Rato o a Botín en la sucursal del barrio que nos cruje con la hipoteca y se nos aparezcan en una ceremonia que ni les va ni les viene. ¿Pretenden convencernos de que creen en Dios cuando hay serias dudas acerca de la fe del mismísimo Papa? Esta visita que tanto ha alterado la vida ciudadana y las agendas políticas y que tan indiferente ha dejado a las audiencias empieza a cobrar, a medida que pasa el tiempo, el carácter de un sueño. Si cierras los ojos y vuelves a ver a los Reyes, a los banqueros, al presidente del Gobierno y a los ministros desfilando ante Ratzinger, te quedas absurdo. Hay algo que no encaja. Al principio, lógicamente, piensas que eres tú el raro, pero cuando te enteras de lo de la tele, la rara es la realidad.

Claro, que también podríamos decir que a las audiencias lo que le gusta es Gran hermano y basuras de ese orden. Es cierto, pero entonces tendríamos que calificar de arte y ensayo a todo lo relacionado con la visita papal, lo que es mentira. Esto significa que la vida y la televisión son complejas, como uno mismo, al que le gusta lo que no le conviene y le conviene lo que no le gusta. El caso es que los madrileños ya podemos tomar el metro con tranquilidad.