El mundo está rompiendo paradigmas clásicos sobre los que languidecíamos inermes, creyendo que serían para siempre o que los tendríamos garantizados. EE UU y Europa se han mantenido hasta ahora como el centro de referencia en el mundo, el ansiado occidente, en gran medida por su potencial económico, político y militar. Sin embargo, la crisis financiera mundial está desplazando los ejes económicos del planeta hacia la periferia, pues son algunos países periféricos los que están emergiendo como nuevas potencias económicas, aunque no militares, que marcan la multipolaridad hacia la que deriva el mundo tras finiquitar la guerra fría.

El tradicional eje centro-periferia al que estábamos acostumbrados está haciendo añicos a una velocidad de vértigo, tanto que a los más sufridos países apenas nos está dando tiempo ni a reaccionar. Todo esto tampoco significa necesariamente que el ansiado occidente no vuelva a renacer de sus cenizas ni a perder potencial,pero sí que tendrá que compartirlo con los países periféricos emergentes. El New Deal de los años treinta sacó a EE UU de una gran recesión que guarda semejanzas con la actual: desempleo, quiebras en cadena, y necesidad de reforma de los mercados financieros.

Del mundo que heredamos, de enemigos visibles y poco numerosos, hoy estamos pasando a un mundo caracterizado por riesgos múltiples e invisibles: crisis alimentarias, económicas, especulativas, financieras, energéticas, de tiranías, de modelos sociales y políticos, crisis de representatividad, demográficas, migratorias, de desplazados, climáticas, de desaparición de la clase media, del Estado del bienestar, etcétera, que igual se entremezclan en transversal por países desarrollados que en vías de desarrollo, aunque con diferentes afectaciones y reacciones, que atraviesan todas las ideologías habidas hasta la fecha. No sería oneroso dejar de mencionar a la organización Al Qaeda, que acabará por ser engullida ante la magnitud de todos estos nuevos riesgos y amenazas, y que ya tuvo su tiempo de gloria, gloria pasada ante el advenimiento de nuevos tiempos acompañados de nuevas amenazas.

Todos estos desafíos responden a nuevas necesidades de grandes masas de población, que afectadas por los cambios globales que marcan el funcionamiento del sistema mundial, han adquirido por fin conciencia de su dignidad y empiezan a manifestarla (igual en Egipto que en Israel, en Grecia que en España, que de Bolivia a la India, y podríamos seguir entrelazando múltiples combinaciones, pero lo que subyace a todo es la rebelión de la clase media y el despertar de una conciencia en grandes masas).

España sufre una destrucción velocísima de su modelo económico-social y de la clase media, y lo peor de todo es que no habrá una vuelta a los viejos tiempos de conquistas sociales, todo tendrá que reinventarse. Esta crisis está destruyendo incluso sectores económicos y profesionales tradicionales, afectando al funcionariado y a la sostenibilidad de instituciones duplicadas y superfluas ante el vendaval que nos viene, o simplemente insolventes y anticuadas a las que nadie habría cuestionado si no tuviéramos que apretarnos el cinturón.

Que los modelos de trabajo son ineficientes e improductivos ya lo sabíamos desde hace años, que expulsan el talento y se ha perdido la meritocracia también, pero ahora el impacto de la crisis obliga a actuar sobre ello. Tampoco la economía española se ha diversificado tanto, cuando lo que de verdad es motor de desarrollo es la diversificación: de energías, de apuesta por el conocimiento, por las nuevas tecnologías, las aplicaciones de los avances científicos, la apertura hacia proyectos internacionales que permitan a nuestra economía estar más conectada a las vanguardias, los intercambios, y finalmente el aprovechamiento del talento. Las modificaciones en el sistema laboral, incluyendo sobretodo al funcionariado, deben ir encaminadas a la evaluación de competencias, de resultados en base a consecución de objetivos, y por supuesto basada en incentivos.

Entre otras cosas, solo así seremos capaces de ser competitivos, de ofrecer mejores servicios y de gestionar con mayor eficiencia. El diseño de un nuevo sistema laboral solo es posible mediante la concertación política-empresarial-social, contando de forma especial con los jóvenes. La falta de oportunidades y de condiciones que heredamos los jóvenes españoles, que pese a ser los más preparados de nuestra historia somos los más fustigados, es una indecencia que debería sonrojar a nuestros políticos y hacerles movilizarse con más premura.

Pero ello tampoco nos resigna a permanecer como una generación perdida, mucho menos a derrochar nuestro talento en los mejores años de nuestras vidas, y es por ello que cobran sentido el 15-M o la puesta a mejor recaudo emigrando. Pero la concertación solo será posible salvaguardando una unidad y una visión reformista estatal que no son precisamente cualidades tradicionales de nuestro país. El azote de esta crisis nos obliga a refundar la economía, la educación, la sanidad, el trabajo, la sociedad, y quienes más pueden hacer por ello son quienes más se arredran, la clase política, que hasta el momento no ha ofrecido proyectos completos ni a largo plazo.

Todo es impredecible, hasta la evolución del 15-M, el que se generen problemas de seguridad y nuevas formas de pobreza. De la salvaguarda de los intereses generales sobre los partidistas y de la unidad de todos los españoles dependerá la mayor o menor sostenibilidad con que se salga de una crisis que hace tiempo algunos denominamos como un cambio total, sistémico, sobre el que habrá que reinventar nuevos paradigmas.

Consultora internacional en política y seguridad internacionales.