La política ferroviaria en la región valenciana del último medio siglo pasado más errática y desquiciada no ha podido ser. Los gobernantes se cargaron en el inicio de la década de los 70 del siglo pasado los trazados pioneros de los trenets que entrelazaban las comarcas de La Ribera, La Safor y La Marina, brillantes proyectos diseñados en el siglo XIX.

La popular «chicharra», que subía el carbón del puerto de Gandía a las industrias de Alcoy y al bajar transportaba sus productos manufacturados al puerto gandiense, vivió desde 1893 hasta 1969. El trenecito que iba desde Carcaixent a Gandía nació en 1863 y le echaron el cierre en 1969. El trenet de Gandía a Denia lo sepultaron en 1974.

Varios años antes, en 1963, comenzó la destrucción de los progresistas ferrocarriles valencianos con la caída de La Panderola, el trenecito que unía Onda con el puerto de Castellón echara el cierre a su andadura, tras 75 años de servicios a La Plana. Este tren hasta llegó a tener una canción popularísima en nuestro folklore patrio.

Lo intentaron, y aún no lo han conseguido, que cayera también la línea férrea que conecta la Costera con l´Alcoià, en los años 80. Fue con el cierre de la línea Xàtiva-Alcoy a mercancías, como paso para clausurarla a pasajeros.

Fueron gobernantes de todos los colores los que entablaron batalla contra el ferrocarril, alegando que aquello de las locomotoras y vías ya no era moderno, estábamos en la era de las carreteras y los vehículos privados y se hacía necesario pasar página, ya eran historia. Así de horteras, poco leídos, viajados e instruidos han sido nuestros gobernantes de los años 60, 70, 80 y 90.

En mis andanzas por las comarcas, pueblo a pueblo escribí sobre aquellos ferrocarriles que iban sucumbiendo en la batalla de la modernidad, hoy añorados y lamentados. Incluso me llevé algún intento de zarpazo al mensajero por parte de altos cargos de del PSOE colocados en Renfe (IV Zona), que llegaron a interponer una querella contra mí, consecuencia de haber escrito varios reportajes, entrevistas y artículos a favor del no cierre, mantenimiento y potenciación del ferrocarril Xàtiva-Alcoy.

En la misma acción judicial metieron a un empresario de Bocairent, activista contra dicha supresión. El juez, entonces el jovencísimo magistrado José María Tomás y Tío, con mucho tino y sentido común, archivó la querella, por la inconsistencia de la misma. Estaba claro que pretendían el clamor popular a favor de la Costera y l´Alcoià no se quedaran sin tren. En Valencia ciudad, los capitostes fulminaron los tranvías, alegando que no iban con la urbe moderna. Llenaron sus calles de horrendos autobuses contaminantes, de la Saltuv. En la matanza intervinieron políticos franquistas, ucedistas y socialistas.

Con el tiempo, se fueron dando cuenta de la barbarie perpetrada fulminando lo ferroviario. Han surgido Metro y tranvías, con muy buenos resultados en la ciudad, pero en el resto del territorio valenciano, en las comarcas, no hay manera de que diseñen, y ejecuten, un plan ferroviario que sea un tejido comunicacional adecuado a la realidad, para que sea el transporte público y no el privado el que predomine, con los siguientes ahorros económicos y agresiones medioambientales.

Ejemplo de ese quiero y no quiero, porque poder se puede, es el reivindicando proyecto en La Marina y La Safor del tren Gandía-Denia. Es la historia de nunca acabar, como titulaba, Levante-EMV, en su editorial de 6 de enero de 2007. «Si hubiera que buscar un proyecto para demostrar que en política, sobre todo en la realización de infraestructuras, dos y dos casi nunca son cuatro y que la línea más corta entre dos puntos raramente es la recta, la unión por vía férrea entre Gandia y Dénia se llevaría la palma».

Todo lo ferroviario en la Comunidad Valenciana, AVEs aparte, está hecho unos zorros. La Comunidad Valenciana, sus comarcas, están invertebradas ferroviariamente entre sí y con otra regiones colindantes. Están entrelazadas por una red ferroviaria obsoleta, anacrónica y hasta peligrosa.

Si en tren vas, o vienes, a Cuenca y Teruel, uno se expone a vivir la apasionante aventura de un descarrilamiento. Si a alguien se le ocurre subirse al tren Valencia-Cullera-Gandía en épocas de lluvias puede naufragar en una abrumadora naumaquia. Si uno ha de viajar desde Valencia a Alicante ha de subir hasta La Mancha y después descender tras un amplísimo rodeo. Si se desplaza de Xàtiva a Alcoy puede despeñarse tal como están las vías por cualquier desfiladero. Si toma un tren en Denia y quiere ir a Alicante, lo más probable que descarrile. Nuestro panorama ferroviario es éste: trenes desaparecidos, trenes renqueantes, asmáticos, trazados peligrosísimos, anticuados, y proyectos con medio siglo discutiéndoles los políticos su sexo.

Tanto es el poco caso que se hace a todo lo que suene a ferrocarril –a excepción del AVE para que los de aquí vayan a ver teatro a Madrid o los de allá a comerse una paella en nuestras playas– que hasta las locomotoras y vagones de nuestra historia ferroviaria se están muriendo de risa en unas naves de FGV en Torrent, a la espera de la construcción de un Museo del Transporte, porque en la Generalitat ni hay ganas ni dinero, por supuesto, para estas menudencias.