El cruce de la crisis económica/financiera mundial con la explosión de la burbuja alimentaria han sido los principales elementos de la infraestructura económica que han detonado un clamor popular generalizado por todo el mundo y que se ha cebado de forma especial en una rápida destrucción de la clase media y una falta de expectativas en los jóvenes. Estamos asistiendo a una explosión social por todo el mundo, obviamente cobrando diferentes intensidades y afectaciones en función del tipo de países en que se enmarquen: democráticos/desarrollados, dentro de éstos con diferencias entre los PIGS y norte europeos en el marco de la UE, y emergiendo con fuerza en los centros clave del imperio norteamericano, y asimismo con mayores consecuencias en el contexto de las revoluciones árabes-musulmanas, y con una expresión más limitada en algunos países asiáticos. Cabe destacar el caso israelí, un país donde hasta ahora todo permanecía «bajo control». En contraste, algunos países BRIC, como Brasil, avanzan en una dirección totalmente opuesta, incrementando la movilidad social y su clase media.

Los países árabes-musulmanes han sido los más afectados por el alza de precios, en parte por ser altamente dependientes de las importaciones, no hay que olvidar que la brusca subida de precios básicos coincidió con el inicio de las revueltas. Junto a esto, la represión de unos regímenes que latía insostenible, sus aparatos de seguridad y el abuso con la corrupción, que adoptaron una aptitud inmovilista frente a la crisis. Es obvio que estaban sobrepasando un ciclo de 20-40 años de tiranías desgastadas, pero éstas no hubieran sido cuestionadas hasta el punto de ser derrocadas si no hubiera sido por el empuje de la asfixia económica que sus poblaciones están sufriendo y la ausencia de reformas. En una coyuntura muy distinta, el impacto de la crisis en los países democráticos/desarrollados ha cuestionado el ejercicio de la política y tumbado gobiernos, que no el sistema político como está ocurriendo con los países árabes, pero sí que ha puesto en duda la democracia delegada o representativa para dar paso a demandas de una mayor participación y control ciudadanos sobre la misma.

Si tuviéramos que extraer condiciones generales que han hecho brotar protestas sociales generalizadas por todo el mundo, obviamente remarcando los contextos de partida y las consecuencias tan diferentes y no comparables en muchos casos, podríamos afirmar que cuando las condiciones de vida se han hecho más insostenibles para la población en general, incluida la clase media (en clara destrucción), con un protagonismo muy especial de los jóvenes, se ha cuestionado el ejercicio de la política como máximo exponente del colapso económico que se vive a lo largo y ancho de todo el mundo. Y lo que es más importante: por fin se ha relacionado la corrupción, siempre tolerada en política (se sabe pero no se toca), con el empobrecimiento de la población. Pese a las diferencias entre grupos de países con distintos sistemas políticos hay vasos comunicantes: jóvenes altamente cualificados y sin expectativas, rápida destrucción de la clase media y mayor empobrecimiento de la población, estancamiento de la movilidad social, dificultades de acceso a la vivienda, destrucción de empleo y de sectores profesionales tradicionales, colapso de los servicios públicos, administraciones que no tienen para pagar a sus empleados, entidades que quiebran en cadena.

Estamos asistiendo a un colapso financiero de los Estados que empieza a niveles muy básicos, y que de extenderse podría llegar a generar problemas de seguridad en el mundo desarrollado. La eclosión social ha sido posible cuando una generalidad ha visto mermadas sus condiciones de vida por el azote de la crisis y se han extendido las desigualdades sociales. Y lo que es peor, les ha puesto en los límites de la falta de expectativas, en especial para la movilidad social, abriendo una brecha social cada vez más grande. Todo ello está haciendo emerger problemas sociales en Occidente (como los guetos clasistas, raciales, y bolsas de pobreza en las ciudades) que se mantenían escondidos mientras el decoro y el ­desarrollo los pudieron mantener sin visibilidad. Y por último, una xenofobia que hasta ahora no se expresaba ni tenía el ambiente favorable para ocupar el espacio público.

Los medios de comunicación tampoco son ya lo que eran, centralizados y dependientes de las grandes agencias, adocenados, nos imponen de lo que toca hablar y opinar cada día, nos venden a veces mensajes subliminales, imperceptibles para los ciudadanos, para forzar medidas político/económicas.