Sin duda. Nuestra actitud y colaboración económica no es condición suficiente, pero si necesaria, y ello indefectiblemente en equipo con catalanes, murcianos, etc. El tiempo de la reivindicación ante Bruselas ha pasado. Ha llegado el momento en el que aquellos que pretenden utilizar esta infraestructura colectivamente, como uno de los muchos recursos necesarios para tratar de conformar el futuro, tendrán que poner algo de su parte y ponerlo en marcha. Con la que está cayendo, hacer factible el Corredor no es sólo un problema de quien esté al frente de Fomento. En este sentido, el mensaje que llega de la UE, incluso con toda la crisis del euro encima, es muy claro.

Sin desconfiar de las promesas presupuestarias hechas por el ministro de Fomento, es obligado decir que no habrá corredor mediterráneo sin capitales privados que aspiren a hacer inversiones consistentes y sostenibles, esto es, con gente dispuesta a prestar dinero a intereses razonables mientras se hacen las obras (que supone empleo y actividad), esperando recuperarlo en plazos mas largos, mediante mecanismos y acuerdos que han funcionado muy bien, durante años, en Europa. Los mensajes de Bruselas eran nítidos el pasado miércoles. El Presidente de la Comisión, Durao Barroso, unos minutos antes de que su vicepresidente Kallas anunciara la lista de corredores prioritarios de la red básica de la UE para el periodo 2014-2020 (resolviendo la injusticia del gobierno Aznar, que en 2003 no apostó por incluir el corredor en el ciclo 2007- 2013), tuvo un discurso especialmente realista: Europa necesita gastarse hasta 2020 entre 500.000 y 700.000 millones de euros en las nuevas infraestructuras de transporte. Y los gobiernos nacionales y la propia Comisión, con las circunstancias que se adivinan, no están en condiciones de enfrentarlos. Bruselas, con toda la crisis que está viviendo, sólo puede ayudar y lo va a hacer con dos mecanismos: por un lado, el ya existente, pagando determinados porcentajes en la fase de proyecto y en la de obra, y, por otro, ante la dificultad de los estados para recurrir a la deuda externa, apoyando al Banco Europeo de Inversiones para que minimice los riesgos y dé garantías a aquel capital privado no especulativo (afortunadamente no todo el monte es orégano) que piense que invertir en infraestructuras de transporte en la vieja Europa, lo que es una posibilidad que ahora debe ser analizada y explorada. Para la Comisión y el Parlamento europeo no hay duda que para que estos corredores existan lo antes posible, hay que recurrir al capital privado y en consecuencia hay que ofrecer garantías sobre el retorno de estas inversiones, que obviamente se enmarcan en la medida de largo plazo para recuperar las inversiones hechas. Si los valencianos, junto con nuestros vecinos mediterráneos, somos incapaces de aportar algunas inversiones particulares (complementando las que vamos a exigir al estado en cada momento) que inciten a otros a invertir en nuestra tierra (dando la credibilidad que supone destinar a ello nuestros propios ahorros) vamos a dejar nuestras posibilidades de acceso a Europa en las exclusivas manos de inversionistas, aseguradoras, fondos de pensiones, etc. foráneos, para los cuales puede resultar mas rentable y creíble invertir en otros sitios que en el Mediterráneo. Algo que en un mundo globalizado es cada vez mas innegable. Vivimos en una tierra que ahora necesita inversiones coherentes (no grandilocuencias arquitectónicas improductivas, en las que somos un ejemplo: Palacios de Opera sin música, aeropuertos sin aviones, institutos de investigación sin científicos, etc.) como una forma de generar puestos de trabajo en el presente y para mejorar la competitividad futura de las empresas que sobrevivan al duro proceso que vivimos. Quizás algún lector frunza el ceño y se lamente de que con lo dicho hasta aquí, todo se reduce a un proceso de privatización del sistema de transporte, pero quisiera apuntarle que para defender una sanidad y una enseñanza pública parece razonable dejar las instalaciones de movilidad en unas manos donde lo público y lo privado busquen un determinado equilibrio. Contar con una red de transporte de mercancías pagada integramente con cargo a los presupuestos generales de los distintos estados es ahora absolutamente infactible y el principio de «quien lo use lo paga» parece una solución mas que racional para este sector. Para apoyar las garantías que pide la normativa del Banco Europeo de Inversiones, Barroso anunció que, en temas de transporte, se iban a poner 31.700 millones de Euros (10. 000 millones ya bloqueados en el Fondo de Cohesión y los 21. 700 millones restantes a disposición de todos los Estados miembros). Esto se imaginaba, pero lo mas sorprendente fue saber que estaba dispuesto a adelantar, como prueba, 200 millones para ya, esto es para el 2012-2013, lo que según sus datos podría movilizar 1.000 millones con lo presupuestado por los estados y 4.000 si se conseguía movilizar a las inversiones privadas. Basta de sólo ahorrar, hay que conseguir crear empleo. Estas cantidades pueden beneficiar entre 5 y 10 proyectos ferroviarios; digo proyectos y no corredores (que son otros órdenes de magnitud) entre los que podrían (deberían) estar alguno de los proyectos que constituyen el tramo Valencia- Tarragona. Basada en esta posibilidad, hay que ubicar la pregunta y la respuesta que inician esta reflexión. En estos momentos, sin Cajas valencianas, con la Generalidad al borde de la quiebra y con Fomento en el límite de sus posibilidades, los valencianos nos hemos de preguntar lo que podemos hacer. Evidentemente es algo que está alejado de las posibilidades de ahorro de mucha gente, quizás algunos piensen que una cantidad del orden de 50.000 euros es una inversión por su pueblo y debidamente asegurada podría solidarizarse con la tierra en la que vive; las pocas personas cuyas posibilidades pueden abultar más la cifra también deberían plantearse este destino para parte de sus recursos. Según mis noticias, al Norte del Ebro la idea va tomando cuerpo. Aquí las cosas parecen mas complicadas, una situación que no se corresponde con las decisiones que a principios del siglo pasado tomaron algunos valencianos de pro que creyeron en su tierra.Uno ha aprendido a no desesperar sobre la capacidad de reacción de los valencianos, que en la crisis que estamos viviendo tenemos en manos y bolsillos una parte del calendario y de la factibilidad del corredor.