Las tesis de los territorios del Levante», enfatiza el PP de Aragón, «han perdido fuerza», y en el seno del PP nacional «ha ganado la postura de Aragón», porque el partido se ha dado cuenta de que un trasvase «no es sostenible, ni económica ni medioambientalmente». La capitulación del PP valenciano y de sus áreas de influencia ha sido colosal. ¿Pero cómo administrar la «derrota»? No ha de ser fácil.

El PPCV, con Zaplana y Camps a la cabeza, dotó al trasvase del Ebro de un aura sagrada y lo elevó a su olimpo simbólico durante casi dos lustros: puestos a salvar dos tesoros de Valencia ante la entrada de los bárbaros socialistas, uno era la Geperudeta y el otro, el trasvase del Ebro. Fulminado por el adversario ruin cuando accedió a la Moncloa, el trasvase se erigía como un Dios salvador dispuesto a combatir la carestía ancestral de agua contra la que habían luchado nuestros antepasados (y muertos algunos a escopetazos) en todas sus variedades: romanos, árabes, cristianos o posmodernos. Ante ese dilema –una tierra prometida, próspera, rica y feliz o un páramo yermo y desconchado–, el PP construyó un mito que recolectó votos por miles y un montón de delirios emocionales. Como objetivo electoralista, no tenía parangón. Como demostración de perseverancia –sacar a pasear el botijo a diario constata una eficacia y tenacidad sin límites–, es incontestable. Pero nada más. Una vez seducidas las masas mediante el señuelo regado con dinero público, algún día la realidad se había de imponer. La farsa ha sido pulverizada y la leyenda ha prescrito: llovió y se llenaron los pantanos, no hay dinero ni para pagar las nóminas, en Aragón manda el PP y los sabios que transitaban por esta tierra para instruirnos sobre las bondades de la canalización se han debido fugar a otro planeta. El andamiaje se ha desmoronado. Y el PPCV, como Frankestein con su monstruo, se ha visto atrapado en su propia creación diabólica. Cuando Rajoy ha encendido la luz y proclamado que el trasvase del Ebro no se incluirá en el programa del PP, Fabra, Barberá y González Pons se han sumido en la oscuridad. Camps ya no está y Cotino —el encargado de animar la orgía del botijo—, tampoco. ¿Quién reduce al monstruo engendrado y lo devuelve al laboratorio de donde surgió si ha sido asimilado por la sociedad hasta el punto de darle de comer sopa en la misma mesa que a los propios hijos? Fabra lo ha de autodeglutir, como tantos otros asuntos ásperos. El PPCV ha proclamado hasta la extenuación que cuando Rajoy ascendiera a los cielos de la Moncloa, el trasvase sería restituido con acentos y comas. Resulta que cuando se halla a las puertas, anuncia que de trasvase nada, monada.

Las sospechas de que se instituyó una ficción para moldear a la opinión pública en beneficio de los intereses de un grupo político van siendo contrastadas. Si el PP ha rectificado con el Corredor Mediterráneo, del cual renegó siempre (esos planes luciferinos de demonios catalanistas), bien podría tragarse el nuevo sapo también. Posee capacidad para digerirlo, pero se le acumulan las herencias frívolas. Y les ha de hacer frente mientras celebra las exequias por liquidar media administración y descubrir que en la caja de los euros solo hay polvo.