El Banco de España confirmó ayer lo que eran más que fundadas sospechas: la economía española se ha estancado en el tercer trimestre del año. Ni la excepcional temporada turística ni el empuje del sector exterior han conseguido contrarrestar el hundimiento de la demanda interna, que junto con el agravamiento de la crisis de la deuda y su impacto en la financiación de empresas y particulares ha terminado por frenar el débil crecimiento que se había registrado en trimestres anteriores. El órgano supervisor atribuye la insalvable caída de la demanda interna a la contracción de los componentes públicos del gasto, como consecuencia de las políticas de austeridad y recortes de las administraciones. Además, se ve amenazado el objetivo del déficit precisamente porque ese descenso de la demanda ha provocado una importante caída de la recaudación fiscal. Por si ello no fuese suficiente, la tabla de salvación del comercio exterior también peligra por la desaceleración económica europea: la OCDE advertía ayer mismo del brusco frenazo que puede experimentar el próximo año la eurozona.

En estas condiciones asoma de nuevo el riesgo de una recesión agravada por unas tasas históricas de desempleo. No son pocos los expertos que han empezado a poner en duda la conveniencia de mantener la política de estrictos ajustes impuesta hasta ahora por Alemania y que parece impedir cualquier atisbo de recuperación. Ahora que entramos en campaña, los candidatos deberían exponer con argumentos serios y sin demagogias sus alternativas.