La democracia española nació con un muerto en el armario, el cadáver insepulto del franquismo, y ése fue el precio de la Transición. No es que Franco siguiera en su tumba, es que todas las instituciones del Estado, y de forma especial el Ejército y las fuerzas del orden, estaban repletas de franquistas, que allí siguieron hasta su jubilación. Para ser más claros, el mismo rey había sido designado por Franco como su sucesor, aunque luego se ganara bien el puesto. Así fue porque así lo quisimos para tener la fiesta en paz, pues con los poderes fácticos intactos no se podía hacer de otro modo sin traumas. En ese marco, la tumba del dictador, en el faraónico panteón que se había erigido, casi era lo de menos. O sea, se cambió pulcritud democrática por tránsito en paz. Hacer ahora un saneamiento retroactivo sacando al muerto no deja de ser una hipocresía, o un modo de blanquear el sepulcro.