No parece exagerado hablar de Olivas y Bancaja en términos de ruina, pues su salto de la política, donde llegó a presidente interino de la Comunitat —salto autoprefabricado legalmente— a las finanzas valencianas les ha resultado letal. Su último acto es el efecto dominó de Bancaja en el Banco de Valencia, que representa un paradigma de la fusión/confusión de la política pepera —ladrillo y otros desaforamientos (ejemplo inejemplar: el aval que el banco prestó a Matas, el inculpado balear)— con el doble fondo ya desfondado de ambas entidades financieras, en gran parte debido a que al parecer todo ha sido hueso y que ha llevado a la devastación financiera/económica a la comunidad, cuyas largas y lamentables con- secuencias son imprevisibles pero nada improbables y más si completamos este mapa de devastación con el hundimiento de la CAM.

La doble presidencia de Olivas —Bancaja y Banco de Valencia— ha resultado la doble ruina, el doble hueso difícil/imposible de roer si no es con la ayuda del papá Estado (aquí sí que somos todos, no Hacienda). Y aunque aquí sobran malefactores vernáculos, a lo Camps, dos llegaron, si no del frío, sí de la periferia: Zaplana cartagenero y Olivas conquense, aupado por aquél. No sabemos si la querella de accionistas que se ha anunciado contra los administradores del Banco de Valencia se confirmará o tendrá resultados positivos para los querellantes. En lo que se le alcanza al redactante, salvo la mejor y válida opinión judicial, el artículo 295 del Código Penal, que regula la administración desleal o fraudulenta, implica que haya un beneficio para el administrador desleal. Y nos preguntamos si este beneficio solo es computable y admisible si es cuantificable en dinero, o este beneficio puede ser de otro tipo.

Bancaja se ha salvado, pero diluida y medio inerme por la fusión con Caja Madrid, quizá por aquello del riesgo sistémico: «too big to fail» [demasiado grande apra caer], con lo cual, algo se puede anotar Olivas en su haber. Frente a esto, lo de la CAM no se puede superar en cuanto a gravedad. Las consecuencias a sacar podían ser muchas, pero una sería: cómo se puede llamar política a ciertas cosas, y políticos a los que las practican, que pueden resultar metidos a bancajeros y banqueros de peores resultados que los mercados, aunque salgan indemnes y les vote cada vez más el pueblo soberano en vez de botarlos.