Los comentarios, críticas, parodias y agregaciones basados en contenidos tradicionales (películas, música, informaciones periodísticas) han ido creciendo y ocupan ya un volumen de tráfico de bits tan importante en internet que sin ellos la red quedaría irreconocible.

Si las particularidades de internet y la filosofía imperante están socavando los medios o los profesionales que hacen posible estos contenidos, ¿qué sucederá cuando se haya acabado el contenido original si no surgen condiciones para que los creadores sigan creando? Si la red está matando a los medios de comunicación tradicionales, que son los que fundamentalmente siguen creando estos contenidos, ¿no nos estamos comiendo nuestra propia reserva de semillas?

Esta es una de las preguntas que plantea Jaron Lanier (un especialista en realidad virtual y uno de los primeros visionarios de Silicon Valley), en el libro Contra el Rebaño Digital, que acaba de publicar en español Debate y que casi dos años después de aparecer en inglés sigue manteniendo su vigencia.

Lanier ataca el culto a la inteligencia colectiva o a la sabiduría de la multitud conectada en la nube, que bautiza como «la mente de colmena», impuesta por los diseños de la web 2.0, en detrimento de los individuos o la creación individual, y se lamenta de que en el discurso dominante se llegue a considerar que un contenido agregado sea incluso más importante que la fuente agregada, o que un blog de blogs sea más importante que el blog individual, traduciéndose al final en que la red hace ricos a los agregadores, como Google, y pobres a los verdaderos creadores de contenido. «Una sordera impenetrable domina Silicon Valley en lo tocante a la idea de autoría», añade.

Lanier critica esta subcultura triunfante, a la que llama maoísmo digital, y reivindica una red en la que se valore a las personas y su capacidad para crear. «El material más original que existe gratis en la red abierta se parece al material más barato del mundo del copyright real, asediado y pasado de moda. Es un desfile interminable de noticias raras, estúpidos trucos de mascotas y vídeos caseros graciosos (…) En el mundo predigital ya teníamos todas las clases de basura que se encuentran hoy en la red. Hacerse eco de ese material en el nuevo mundo abierto no tiene ningún mérito». Ese rechazo o negación de la idea de calidad, esa idea de que al final la cantidad se convierte en calidad cuando alcanza cierta escala, por la sabiduría de la multitud, a lo que conduce irremediablemente, según Lanier, es a una pérdida misma de calidad. Lanier no desprecia la idea de la sabiduría de la multitud, pero matiza que debe ser considerada como una herramienta usada por personas, sin caer en su glorificación. «Toda esa persuasión remunerada debería ser sometida a discusión. Cada centavo que gana Google hace pensar en un fracaso de la multitud… Y Google está ganando muchos centavos», apostilla, y anima a los usuarios de internet a hacer una reflexión: seguir la ruta del dinero para saber lo que sucede realmente en la sociedad: «Si el dinero va a parar a la publicidad, y no a los músicos, los periodistas y los artistas, entonces esa sociedad está más interesada en la manipulación que en la verdad o la belleza».

Uno de los ejemplos en los que incide es el del periodismo. Para Lanier, el mundo existente antes de internet ofrece muchos buenos ejemplos de cómo el control de calidad individual dirigido por humanos puede mejorar la inteligencia colectiva. Por ejemplo, la prensa independiente, que «ofrece noticias jugosas sobre políticos de la mano de reporteros dueños de voces y reputaciones firmes, como la cobertura del Watergate llevada a cabo por Woodward y Bernstein. Sin prensa independiente, el colectivo se vuelve estúpido y poco fiable, como ha quedado demostrado en muchos ejemplos históricos, el más reciente de ellos durante el gobierno de George W. Bush». Lanier se pregunta si habrían sido distintos los últimos años de la historia de EE UU con Bush si el modelo del periodismo no se hubiera visto atacado: «Teníamos más bloggers, pero también menos Woodwards y Bernsteins».

En cuanto a la dificultad de crear modelos de negocio en internet para industrias como la musical o la periodística, Lanier reitera que hay un cliché en la subcultura dominante que es «culpar a nuestras víctimas. Yo fui uno de los primeros en hacer propio uno de los temas de debate que desde entonces se ha convertido en cliché; la idea de que los dinosaurios del viejo orden ya fueron avisados de la revolución que se avecinaba. Si no pueden adaptarse, es por su obstinación, rigidez o estupidez. Hay que culparlos a ellos por su propia suerte. Eso es lo que hemos seguido diciendo de nuestras primeras víctimas, como las empresas discográficas o los periódicos. Pero ninguno de nosotros fue capaz de aconsejarles acerca de cómo sobrevivir de forma constructiva. Y ahora los echamos de menos más de lo que estamos dispuestos a reconocer».

A pesar de la situación, Lanier es optimista: «Este revolucionario digital todavía cree en la mayoría de los ideales bonitos y profundos que estimularon nuestro trabajo hace años», y recomienda «pensar en los estratos digitales que estamos asentando ahora para beneficiar a las futuras generaciones». Eso o podemos ir caminando en estos momentos hacia una sociedad en la que acabe muriendo la creación de contenidos, y tengan que pasar varias generaciones sin músicos o periodistas profesionales para que surja un nuevo hábitat que los devuelva a la vida.