A pesar de mi afición a las inclemencias del tiempo, siempre he odiado el viento porque, al contrario que la lluvia, la nieve o el frío por ejemplo, no parece tener ninguna función positiva en la agricultura o en la naturaleza. A pesar de los excesos de alguno de los fenómenos descritos, con sus respectivos perjuicios, a medio y largo plazo siempre acaban siendo beneficiosos. No obstante, el viento también cumple una función positiva en la polinización o en el saneamiento del ambiente y la cumplía a la hora de separar el grano de la paja, o de moler cereal en los molinos de viento. Recientemente, lo modernos molinos de viento, los aerogeneradores, pueden proporcionar energía limpia y eso explica la multiplicación de su instalación en todo el territorio español. Bueno, eso, y las subvenciones que han cobrado los instaladores merced a las concesiones de políticos amigos. En días de vendaval como el de ayer es frecuente que aparezcan noticias que resalten el hecho de que una buena parte de la energía eléctrica producida en España ha tenido un origen eólico, aunque olvidan apuntar que se trata de algo esporádico y que los aerogeneradores funcionan mucho mejor con vientos constantes y regulares y no tan fuertes y racheados. También olvidan que por cada central eólica instalada hay que colocar una potencia de reserva de energía convencional para regular los posibles altibajos de la misma y que, por esa misma razón, los parques eólicos sólo deben ser instalados donde mejor vayan a funcionar, y no sólo en función de que la subvención los haga rentables, o donde menos respuesta en contra vayan a tener.