Tomémonos los propios medios de comunicación como síntoma. Como síntoma de algo: quizás de un prolongado despiste colectivo o una confusión extendida de las mentes o, tal vez, de un malestar profundo, pero no del todo apercibido. Los medios también registramos tensiones €alcistas o deflacionarias€, no van a ser sólo los mercados, y observan €tan perplejos como el ciudadano común€ que una de nuestras teles €la Sexta€ ha saludado el año nuevo con una fiesta zombi. El muerto vivo €The walking dead€ ha pasado de sugerencia estremecedora del relato de terror a pasto banal, sustito de poco momento, decorado de gran superficie: un canto desafinado a la mera supervivencia €aunque sea a costa de comerse los mondongos del vecino€ de quien no se ha enterado de que ya está muerto: como metáfora no está mal, el problema es el continuo manoseo.

Tampoco es muy normal €a mí no me lo parece€ que una de las referencias vivas del gran periodismo €Maruja Torres€ tenga que recurrir a una columna de El País para contarnos la hazaña de Mónica G. Prieto, que entró en Siria, conoció directamente las atrocidades y matanzas que perpetra Bachar el Asad y salió viva para contarlo en www.cuartopoder.es. Eso tendrían que hacerlo los grandes periódicos y cadenas como parte de la tarea rutinaria de recogida y cocinado de materiales informativos, ¿no? Tampoco es muy normal que se consagren espacios de primera a referir cuál será el primer anuncio del año o, en su momento, a glosar extensamente algo tan sin sustancia como quién será está vez la chica de la burbuja Freixenet.

En el pasado hubo generales que eran tan guapos como Alcibíades o tribunos que tenían las dotes oratorias y la voz seductora de Barack Obama, y tales prendas personales eran factores de arrastre nada desdeñables. Todo el mundo lo sabía y lo consideraba cosa supuesta. Sólo esta época se ha propuesto confundir asuntos de manicura y peluquería con el contenido mismo de la propuesta y hacer del debate intelectual (?) un capítulo de la sastrería.