Leo en que la república islámica de Irán sopesa retirar el castigo de la muerte por lapidación a las mujeres adúlteras. Entiéndase bien: no es que lo haya decidido, y ni tan siquiera que se trate de un asunto que vaya a someterse a debate entre los sacerdotes, los arcángeles, los santos, los dioses o quienes quiera que sea que se ocupan de asuntos tan graves, que en mi ignorancia acerca de las cuestiones esenciales de la metafísica y la teodicea, lo ignoro. Irán —término mayestático para nombrar a ese colectivo hermético— sólo lo sopesa pero, de ahí la noticia, alegando que lapidar tal vez sea inhumano. Puede, por tanto, que las mujeres iraníes se lleven en breve una alegría. En vez de verse condenadas a la lapidación, la misma noticia dice que quizá se les permita morir en la horca (como si se tratara de reos de tráfico de drogas o de apostasía), cosa que resulta desde luego mucho más humana; no sé si incluso demasiado para la sensibilidad desbordante y admirable de los ayatolás.

Las razones humanitarias no deben detenerse jamás, así que a las adúlteras —condición que supongo que alcanza a cualquier mujer iraní, incluso si es violada, que ya se sabe que es el demonio mismo el que está detrás de las provocaciones sexuales—, a las que cometen adulterio, digo, quizá se les llegue a conceder en un futuro, en dos o tres siglos más, pongamos, no ya la horca sino la muerte en el artilugio que el doctor Guillotin inventó cuando la Revolución Francesa en nombre de los sentimientos más nobles. Con eso habrá que contentarse; seguro que la pena de cárcel, y no digamos ya la despenalización del adulterio, ni siquiera serán asuntos sopesados en el tiempo que le queda al Sistema Solar de vida por delante. O a la religión como guía para el código penal, que viene a ser lo mismo.

Tanta humanidad, tanto beneficio y tanto progreso ponen de manifiesto que el diálogo y acercamiento entre Oriente y Occidente pueden darse por hechos. Ya estamos en que desde el alivio de la horca a la igualdad de sexos en las listas electorales va un cierto tramo pero lo más importante es dar el primer paso. Uno cauteloso y prudente, que ya se sabe que algo de tan enorme trascendencia es natural que siembre de inquietud a los caballeros de la barba florida, un tanto reacios a los cambios. Se trata de un progreso que debe ser sopesado con tiento para evitar los agravios comparativos. Pongámonos en la piel de los hombres pertenecientes a los países que se rigen por la ley islámica. De lo que les pase o les pueda pasar a los varones adúlteros, el reportaje acerca de las intenciones humanitarias no dice nada, así que, en la idea de contribuir a la Alianza de las Civilizaciones que tanto debemos defender, lanzo una idea constructiva. Para que no se pueda decir que todas las ventajas caen siempre del lado femenino, propongo que, si hasta ahora se les daba un cachete a los hombres adúlteros, se sopese el sustituir ese castigo por el reñirles en un tono terminante, e incluso duro. Que se vayan preparando.