Es más progresista una regulación respetuosa de la diversidad que la prohibición invasora de los derechos individuales. Si hablamos del derecho a fumar, la cosa está clara. Los últimos gobiernos socialistas acertaron al instrumentar la separaciòn de los fumadores en espacios públicos y centros de trabajo y se equivocaron de lleno en la interdicción pura y dura. El argumento de la salud y el coste de la sanidad por enfermedades derivadas es válido en el área de los no fumadores pero maniqueo en la contraria, porque siguen tal cual los factores de riesgo de otras muchas dolencias derivadas de consumos o actividades sociales que gravan tanto o más la cuenta sanitaria. Por ejemplo, la contaminación industrial de las ciudades, el progresivo abandono asistencial de los dependientes, el alcoholismo, o el desempleo motivador de angustias irreversibles.

En rigor, casi toda prohibición esconde un maniqueismo. Demonizar a los fumadores sin prohibir la venta del tabaco, excluir la publicidad del alcohol sin condicionar su consumo o penalizar la velocidad homicida sin limitar las cilindradas son, entre otras, impresentables formas de hipocresía que persiguen rebajar el coste de la salud conservando las golosas tasas fiscales del tabaco, la bebida o los coches (y la impunidad con que las duplican cuando conviene). A los empresaroios de la hostelería y el ocio les obligaron a invertir en espacios con o sin humo, que duraron un avemaría. El amén es, por ahora, la proliferación de terrazas que en invierno gestionan toda clase de bronquitis, y peor con las enojosas estufas que recalientan al personal y lo hacen más vulnerable a la intemperie cuando paga y se larga.

Como consumidor de selectos habanos, Rajoy no parece entusiasmado con la interdicción fumatoria y ya son muchos los que, en las interminables demoras de vuelos de la inmensa T4 de Barajas, sueñan con recuperar los "corralitos" vergonzantes donde calmaban los nervios, o rematar con humo el almuerzo fuera de casa, sin salir a la calle ni molestar al vecino. Sería terrorífico que un gobierno respetase todo lo legislado por sus antecesores, porque en la vida nacional acabaría pesando mucho mas la consagración de los errores que la de los aciertos. No siempre se atina en el cambio, como ha sido el caso de Ana Mato al rebautizar la violencia de género como si solo fuese relevante la del ámbito familiar. Pero todo tiene un principio: "la primera para aprender y la segunda para saber", afirma la sabiduría popular. Zapatero dio gusto a un determinado progresismo prohibiendo cosas sin ton ni son, hasta que se plegó al diktat neoliberal y los progres le dejaron tirado. Ahora hay que esperar que a la derecha no se le vaya la mano en ese morbo del poder que es el gusto de prohibir.