El descubrimiento de que la barba de Rajoy, insólita en este tiempo, tiene remoto origen en la desfiguración de su rostro en un antiguo accidente le otorga carisma. Muchos han venido atribuyendo la proverbial indecisión de Rajoy a simple indolencia, aunque se pintara de astucia. La barba vendría a ser como aquella frazadita de Linus, el personaje de Peanuts, que le daba seguridad. Desde que sabemos que lo de emboscarse tras su barba no es por timidez, o fragilidad emocional, sino que responde a una estrategia de supervivencia urdida en un lejano pasado, la figura de Rajoy adquiere otra enjundia, y se vuelve más compleja e imprevisible.

El secreto del gran poder está en que no se sepa nunca lo que va a hacer el poderoso, por eso no está al alcance de la gente totalmente previsible. Además, del que ha sufrido un golpe del destino siempre estaremos esperando que nos lo devuelva.