Saben el de ese juez que llamaba putas a las madres solteras y maricones a los cónyuges de las parejas homosexuales y gentuza a los inmigrantes y vagas a las secretarias de su juzgado? ¿No han oído hablar de ese magistrado que parece un magistrado de chiste de mal gusto y que sin embargo existe en la realidad? ¿No han escuchado nunca el nombre de Martín Ferradal, que rima con lodazal? ¿No han llegado a sus oídos las proezas de ese fistro digno de una historia de Chiquito de la Calzada? ¿Conocen las aventuras de esa autoridad que parece salida de una película de la serie de Torrente, el brazo tonto de la ley? ¿Saben que sacó una oposición en la que suponíamos que medían las capacidades psíquicas del opositor para juzgar? ¿Se dan cuenta de que un hombre que se expresa en los términos señalados al principio de estas líneas posee la mismas dotes para juzgar que una lombriz para volar?

Bastaría aplicar el sentido común para advertir que Martín Ferradal quizá pueda ejercer otras profesiones en la vida, excepto la que venía ejercitando. Pero esto, que resulta tan evidente para personas sin conocimientos jurídicos como usted y como yo, no está claro para la Comisión Disciplinaria del Consejo del Poder Judicial, que se ha limitado a imponer a Ferradal una multa de 3.000 euros y vale. El hombre pasa por ventanilla, abona el equivalente a 500.000 pesetas y puede continuar ejerciendo tranquilamente, como si los tres mil euros de sanción fueran a quitar de su cabeza todos los prejuicios que ha demostrado acerca de las madres solteras, de los homosexuales y de los inmigrantes, entre otros colectivos de los que, evidentemente, no es partidario.

Otro aspecto curioso de este chiste de mal gusto es que el Consejo General del Poder Judicial llama «falta grave» a la cometida por Ferradal. Hombre, hombre, una falta grave debería tener también una sanción grave. Nosotros, meros espectadores ingenuos del aparato de la justicia, vemos la falta grave, pero la sanción nos parece de risa. Y no es porque tengamos un carácter vengativo, es porque nos parece que Ferradal, con una maza en la mano, es un peligro público. Quiere decirse que lo suyo habría sido apartarlo de la judicatura por el bien de sus usuarios, pero sobre todo por el bien de la Justicia. ¿Saben el de ese Consejo General del Poder Judicial que…?

Enfermedades psicosomáticas. Preguntarse si la crisis es política o económica es como preguntarse si el dolor de espalda es físico o psicológico. Política y economía mantienen relaciones semejantes a la de cuerpo y mente. Falta por averiguar si la política es el cuerpo y la economía la mente o viceversa. En todo caso, la enfermedad que padecemos es políticoeconómica, o sea, psicosomática. En las dolencias psicosomáticas importantes, un servidor es partidario de combinar la medicación con la terapia verbal. De un lado atacas el síntoma y, de otro, su origen. Se habla mucho del síntoma, pero muy poco de los agentes que lo provocaron. El problema de ver solo el síntoma es la dificultad de llega a un acuerdo acerca de su eliminación. Si vas a un médico con dolor de espalda, te recomendará, reposo. Pero si acudes a la consulta de enfrente, otro doctor te recomendará actividad con idéntica firmeza. Uno te recetará antiinflamatorios y otro te los prohibirá. Puedes acudir a la medicina natural, donde la variedad de opiniones es todavía mayor que en la de toda la vida. En medio de este caos, un día te levantas y ha dejado de fastidiarte la espalda del mismo modo gratuito con el que comenzaron los dolores. ¿Qué ha ocurrido? No sé, quizá has tenido un sueño reparador, un sueño cicatrizante, una revelación inconsciente. El caso es que el dolor se fue por donde vino tras haberte hecho gastar unas energías enormes en dar palos de ciego. La medicina, toda, debería ser psicosomática.

Mientras le doy vueltas a mi dolor de espalda, escucho por la radio un debate entre expertos en economía acerca de si es mejor, para salir del pozo, bajar o subir los impuestos. Como los médicos frente al dolor de espalda, unos afirman una cosa y otros la contraria, y todos apoyan sus argumentos en ejemplos históricos que lo mismo valen para un roto que para un descosido. Les une sin embargo una característica: la de no analizar qué clase de sueño o de pesadilla nos condujo a este desastre. No se dan cuenta además de que están hablando de política cuando creen hablar de economía del mismo modo que el político habla de economía cuando está convencido de hablar de política.