La revista Foreign Policy publica anualmente la lista de los cien «pensadores globales». Es tan injusta como cualquier otra relación, pero ha alcanzado el consenso de unos Oscar de la intelectualidad. La noticia sería que alguna figura española del pensamiento ha accedido al cotizado ranking. Un año más, no ha sido así. Dado que el foco ha apuntado a los líderes con capacidad de movilizar a las masas, queda claro que los pensadores españoles carecen de las dotes de persuasión para afectar a la opinión pública nacional, cuanto menos a la mundial. A excepción de quienes piensan con los pies. Los naturalizados Messi y Ronaldo encabezan cualquier clasificación de iconos deportivos, sin olvidar a los también ubicuos Rafael Nadal o Fernando Alonso.

La guerra de la OTAN contra Gadafi fue declarada por Bernard-Henri Lévy, hasta tal punto llega el poder de uno de los filósofos franceses con hueco en el escalafón de Foreign Policy. Los pensadores españoles apenas si pueden entablar batalla contra la dictadura de las descargas ilegales. De hecho, las apoyaron hasta que se dieron cuenta de que no sólo afectaba a los cantautores. La intelectualidad local gozaba de una excusa perfecta cuando la inmensa mayoría de los seleccionados se encuadraban en la órbita occidental. No se necesita a una publicación extranjera para recordar la ausencia de equivalentes nacionales a Umberto Eco, Paul Krugman, los fallecidos Tony Judt y Christopher Hitchens o un profesor superventas como Steven Pinker.

Sin embargo, la coartada del secular atraso español queda muy magullada a la vista de un centenar de pensadores globales entre quienes se cuentan egipcios, tunecinos, brasileños, islandeses, nigerianos, keniatas, serbios y el director general de Al Jazeera. La relación conserva un sesgo anglosajón y pronorteamericano. Ahora bien, si la bloguera cubana Yoani Sánchez merece un puesto entre cien, cuesta entender que la eclosión de intelectuales en la red no haya engendrado una figura de impacto equivalente en España. Y como las consagraciones no siempre corren paralelas a los merecimientos, el dibujante El Roto debería ocupar un lugar en esa lista. Es un movilizador de conciencias digno de una proyección planetaria.

La relación de intelectuales puros de la lista viene trufada por cargos públicos como Trichet, Christine Lagarde, Obama, Bernanke o Merkel. Tampoco España aporta ningún político con la dimensión internacional suficiente para garantizarse la consideración de Foreign Policy. A lo sumo, pueden bañarse en la estela del turco Erdogan. El socio de Zapatero en la renqueante Alianza de las Civilizaciones se ha convertido en el modelo de las primaveras árabes. España se queda sin «despertadores», el sinónimo de pensador que Laín Entralgo asociaba a la figura de Unamuno. En otros tiempos no había clasificaciones ni obsesión por las listas, pero el rector de Salamanca se hubiera ganado un puesto entre los cien pensadores globales de su época.

La insignificancia de España en el terreno intelectual no ha sido suplida por la mayor exportación del año pasado, la indignación copiada en todo el orbe. Los activistas del 15M merecieron el reconocimiento de la revista Time. Los asimiló peligrosamente con las revueltas árabes, pero se despojó de chovinismos para reconocer que habían inspirado a los promotores de Ocupad Wall Street. En cambio, no merecen la consideración de Foreign Policy, cuya clasificación concuerda con otros baremos de la industria del pensamiento. Por ejemplo, el listado de las 150 universidades más prestigiosas del planeta, despoblada asimismo de instituciones españolas.

La posibilidad de que PP y PSOE hayan asfixiado el pensamiento no domesticado va más allá de la conjetura. Fernando Savater aportaría un ejemplo diáfano de la evolución en la consideración de un intelectual. Arturo Pérez Reverte no traslada su condición de superventas a la movilización ciudadana. El científico y premio Nobel egipcio El Baradei conjuga su actividad con la dimensión política al estilo de Javier Solana, retirado de la palestra internacional sin sucesores. La lista de Foreign Policy alienta el debate y permite promocionar a escritores como Alaa Al Aswany, señalado por su papel capital en la metamorfosis egipcia. Sus agudos artículos de crítica a Mubarak finalizaban con el eslogan «La democracia es la respuesta», como desafío al religioso «El islam es la respuesta».

España tampoco ofrece empresarios en la senda del pensador global Bill Gates, porque los emprendedores españoles arrinconan la creación en favor de la intermediación. Tampoco posee artistas revolucionarios como el chino Ai Weiwei. Indirectamente, sólo puede presumir del número cien de la lista. Stéphane Hessel ha sido incluido «por llevar el espíritu de la Resistencia francesa a una sociedad global que ha perdido su corazón». Su manifiesto en pro de la indignación no cuajó en sus países natales —Francia y Alemania—, sino en la Puerta del Sol.