Permítanme que mire hacia dentro. Hay quienes sostienen que éste va a ser el ciclo de los verdaderos editores. Que la pléyade de advenedizos que invadió el territorio por el afán de poner a buen recaudo febriles entramados, desertará. Puede ser. Desde luego, a los editores vocacionales les cuesta la salud deshacerse de un hijo. Han cerrado periódicos y han llamado a la puerta del concursos de acreedores, pero todavía son más los que se asoman al quiosco. Con lo que nos ha costado recuperar la libertad de expresión en este país, tendría guasa que renunciara graciosamente a su razón de ser porque la parálisis publicitaria nos tenga en un ¡ay! Un reputado economista del contorno me dijo la semana pasada que de lo que se trata es de resistir. Teniendo en cuenta cómo predijo la filada a la que pertenece lo que se avecinaba, no sé cómo tomarme el diagnóstico. Me lo tomo viendo el Informe Robinson sobre Barcelona 92 por comprobar si, a base de espíritu olímpico, hace uno de tripas corazón. El mister se ha inventado un lenguaje compuesto por un fenomenal español de Leicester y por relatos audivisuales de chapó. Esta entrega, rebosante de emotividad, abre con la llegada de Maragall en silencio al estadio de Montjuïc, veinte años después, y cierra con un recordatorio suyo en el que vuelve a arrancarle un meritorio registro a la endomoniada carrera contra el Alzheimer. En medio, testimonios de veintitantos deportistas con Carolina Pascual como la más risueña y Míriam Blasco en el polo opuesto aunque, gracias al reportaje, sabemos que habla al octavo año de senadora. El que no se calla ni atado es Kiko Narváez quien, tras marcar en la final, miró la hora y pensó: «Pita hijo ya que, en el Cádiz, muchos títulos no voy a ganar». Doscientos años atrás, fue precisamente con La Pepa como se reconoció por primera vez en la Constitución la libertad de prensa. Y, sin embargo, yo estaba convencido de que Fraga había nacido más tarde.