Pasé el día de Navidad leyendo A widow´s story (Memorias de una viuda, 2011), de Joyce Carol Oates. A media tarde no pude resistir la tentación de escribir a la autora para mostrarle mi agradecimiento por su talento narrativo y su inesperada y valiosa ayuda a la hora de justificar el segundo volumen de mis propias memorias. Estaba furioso después de haber pasado por mis manos el miserable ensayo de Neil Genzlinger en el New York Times (The problem with memoirs, 28-1-2011), en el que señalaba canónicamente las condiciones que debe reunir una auténtica «memoir». Oates me respondió una hora después devolviéndome el saludo y la felicitación de Año Nuevo, justo cuando comenzaba a leer la primera línea de un capítulo: «Es un tema tabú. Cómo traicionan los vivos a los muertos».

Genzlinger tuvo que quedarse mudo cuando, unos días más tarde, la señora Carol Oates, posible candidata al premio Nobel, publicó sus recuerdos sobre la muerte de su amado esposo, el editor Raymond Smith. Cosas de la vida cotidiana que tanto desprecia Genzlinger; cosas corrientes de gente corriente (los intelectuales, muy a su pesar, también son miembros de nuestra especie). Cómo traicionan los vivos a los muertos, se lamenta Oates, acosada por un incipiente sentimiento de culpa por no haber impedido la muerte de su marido. Sin quererlo, la escritora norteamericana, de aspecto frágil y mente poderosa, elabora una frase que, dicha en nuestro país, pone la sangre en ebullición. «Lo de la memoria histórica es un oximorón», declaró no hace mucho Stanley Paine, escandalizado por la mezcla de dos géneros discursales incompatibles, puesto que niegan la competencia del contrario para evaluar el pasado.

Pienso en La ciudad indómita, un libro de historia disfrazado de novela para evitar ser llamado «memoir». O de unas memorias vestidas de ficción para soslayar la rigidez histórica. O quizás de una novela histórica cuyos protagonistas son el propio autor —el curtido periodista Esteban Greciet— y sus paisanos, en medio del espanto creado por el cerco y la defensa de Oviedo a comienzos de la Guerra Civil. Greciet describe quince días siniestros comparables a los que él mismo había narrado en Preludio de fuego (2009) conmemorando la violencia desatada por la Revolución de Octubre de 1934. Las evocaciones de Esteban Greciet y las de la profesora de Princeton Joyce Carol Oates son, en cierto modo, equivalentes: hablan de esas criaturas que, parafraseando a Morris West, van trazando sobre las paredes de su cueva las maravillas, las calamidades y las experiencias oníricas de su peregrinaje espiritual. Gentes que fueron y siguen existiendo, gracias a la indómita memoria.