Superar la desmoralización de lo que vivimos en la Comunitat Valenciana es una necesidad tan imperiosa, como la que se vivía en los días previos a la llamada a los que fueron los Pactos de La Moncloa, donde los Suárez, Gonzalez, Carillo y tantos técnicos y políticos se plantearon superar la crisis económica que acompañó los primeros años del postfranquismo. Hablar con alguien de fuera de la comunidad es cada vez más duro ya que, mas allá de las crisis específicas en Europa y España, la pregunta constante es: ¿qué esta pasando en Valencia? La respuesta que a uno le sale tiene que ver con determinadas analogías de la no lejana Sicilia, pero inmediatamente la simpleza del diagnóstico hace esbozar una sonrisa que se suma a la perplejidad del interlocutor. Debe haber esperanza para los valencianos consecuentes.

Es obvio que todo lo que nos ocurre, aquí y ahora, en esta crisis interminable está impactando de forma especial y más dura en nuestra moral colectiva como valencianos. Es por ello que nuestras mejores cabezas deberán reaccionar antes de que la situación alcance niveles difíciles de asumir. Superar toda situación colectiva muy dura pasa por: a) valorar la realidad, por negra que ésta sea; b) ponerse a trabajar sobre lo que hacer y buscar a quienes, desde una cierta autoridad moral, puedan explicarla a sus conciudadanos y c) elegir a personas con capacidad para liderar y ejecutar las acciones que hay que llevar a cabo.

a) Valorar la realidad supone constatar que los registros valencianos son los de peor evolución del Estado. En el penúltimo día del año, el Instituto Nacional de Estadística, al haber cambiado la forma de medir el Producto Interior Bruto (PIB), informaba de la evolución de su nuevo índice en el trienio 2008- 2010, los tres primeros años de la crisis. En ellos, el PIB español bajó un 3,8%, con una gran variación entre sus tierras, ya que mientras Castilla y León (–2,0%) y Navarra (–2,4%) eran las menos afectadas, nuestra comunidad presentaba el mayor descenso (–6,4%) incluso muy alejada de las otras cifras peores: Asturias (–5,0%) y Murcia (–4,9%). La caja de la Generalitat Valenciana (GV) producía circunstancias que en cualquier empresa privada anunciarían un concurso de acreedores inmediato: dejar de pagar los 74 millones de euros de la Seguridad Social de sus trabajadores y vivir el impago de un crédito bancario, sólo salvado con la ayuda del Gobierno central. Todo ello en el marco de una deuda inmanejable de la cual, en el año que hemos entrado, vencen al menos 3.400 millones. Cantidad a la que, según algunos expertos, habría que añadir más de 1.000 millones a tenor de de las emisiones privadas, determinados pagarés y otras obligaciones contraídas por la GV, que no aparecen en las estadísticas del Banco de España. Estamos en suspensión de pagos, en versión administración pública.

b) Respecto a lo que hacer. En primer lugar, asumir que una de las razones por las que el PSOE fue machacado en las urnas el pasado 20N fue, además de la profundidad de crisis, su incapacidad para valorarla, hasta que demasiado tarde ZP tuvo que dar el golpe de timón de Mayo de 2010, en un claro proceso de autoinmolación. Aquí, la GV ha mostrado la misma incapacidad para reconocer la situación. Es muy duro aceptar que con los resultados de las pasadas elecciones autonómicas, en las que el Partido Popular valenciano arrasó, no haya habido coraje suficiente para hacer frente a la realidad de las cuentas regionales. La GV ha demostrado muy poca capacidad de reflexión y es obvio que muchos técnicos y políticos están deslegitimados para generar propuestas creíbles. El president Fabra ha pasado el papelón de retrasar en 24 horas el mensaje de fin de año, para decirnos a los valencianos que iba a recortar y conseguir nuevos impuestos por valor de mas de 1.000 millones, una semana después de aprobar los Presupuestos. Posiblemente habrá que decir que a pesar de las medidas tomadas, tanto explícitas (sanidad, farmacia, fiscalidad, salarios y horarios de empleados públicos, etcétera) como implícitas (universidades, empleo público...) la solución dista mucho de estar a la altura del problema de las cuentas de la GV, fruto de una política suicida de los distintos gobiernos quienes por legítima decisión de los ciudadanos hace 16 años están bajo las siglas del PP. Una vez conocida la reacción de la GV, un comentarista reputado afirmaba que no había entrado de lleno en el cuerpo a cuerpo del verdadero ajuste que exige la coyuntura: «Lo anunciado quizás habría sido un buen plan de haberse aplicado hace dos años». Parece obvia la necesidad de incorporar otras cabezas a la hora de diseñar las nuevas medidas, ya que con la recesión y el PIB a la baja, la caída de ingresos de la GV es inevitable y alguien debe explicar a los valencianos que nadie va a facilitar el pago de más deudas, si antes no se ejecutan un ejercicio de austeridad y de fiscalidad bastante mas duro que el anunciado el jueves.

c) El liderazgo democrático y legítimo es vital. Derrumbadas una serie de verdades instaladas como dogmas, evaporados los sueños de grandeza alimentados con dinero público en tiempos de vino y rosas (son palabras de un reciente editorial de Levante-EMV) determinadas medidas están en la cabeza de todos: la liquidación de la Fórmula 1, la exigencia a las cajas de ahorros de responsabilidades sobre proyectos enfocados con criterios políticos, la desaparición del entramado público empresarial valenciano que constituye toda una Administración paralela que escapa al control del gasto público y que ha devenido una puerta trasera para la colocación clientelar, la posición clara de la GV en los temas de corrupción (Gürtel y la causa de Orange Market, el caso Fabra, el IVEX, Emarsa, Brugal o los negocios de Urdangarín) escándalos que han salpicado y paralizado al Consell, algo fatídico en tiempos de recesión económica, etcétera. Aunque la llegada de Fabra abrió un horizonte de esperanza y uno quisiera pensar, como hacía el citado editorial, que la reciente remodelación del Consell, sería prueba de su voluntad de hacer camino con sello propio, de no mirar hacia atrás ni sentirse rehén de nada ni de nadie y de volcarse en buscar soluciones a los problemas acuciantes, nada parece confirmarse. Han pasado muchos meses y todavía se asegura estar preparando la reforma del sistema público de empresas, la reestructuración de ruinas vergonzantes como RTVV y sin aclarar el cierre y liquidación de decenas de organismos semipúblicos de utilidad dudosa.

El pacto de todas las fuerzas políticas aparece como una de las esperanzas mas creibles para salvar la actual desmoralización que todos padecemos por estos lares.