Debe ser un arrastre de las pasadas fiestas pero yo veo la política nacional —que sigue hallando en la pundonorosa carrera del Levante UD una cosa entre el milagro y el sexo anal, contra natura en todo caso— veo, digo, en esa política, un no sé qué de Belén. O de mural egipcio. Para empezar la extraña y prodigiosa pareja que forman la alcaldesa sobrevenida de Madrid, Ana Botella, y su asesor áulico en asuntos culturales, el valenciano Fernando Villalonga. Me recuerdan —dicho sea con todos los respetos— al patriarca José y a la Virgen María, pues quedó embarazada de un proyecto cuando ni siquiera lo tenía, pero las concepciones son así: ¡zas! Y ya está. El señor Villalonga podría ser incluido sin problemas en las filas de los liberales británicos o de los centristas franceses y es casi seguro que cumplirá en la tarea de hallar, con un candil y cuatro centimitos, arrebatados violinistas armenios para recreo y lustre de la Villa y Corte.

En cambio, Ana Botella va a la misma peluquería que Sarah Pallin, entre otros encuentros de té con pastas. ¿Por qué, entonces, será tan fecundo su vientre? Porque el espíritu la cubrió con su sombra, es decir Gallardón, que ahora es el ministro de Justicia y, dueño de la balanza de pesar los actos, parece cada vez más asentado a la derecha del Padre. Su resplandor osiríaco es de tal magnitud que las encuestas le señalan como el elegido, pese a que Madrid debe —gracias a los fastos y gastos que promovió el susodicho— más que Alemania en el Tratado de Versalles, más que ninguna otra ciudad en toda la historia del municipalismo. Aquí la liberalidad se confunde enseguida con el derroche.

Como he mezclado el panteón cristiano con el egipcio, liemos un poco más la madeja. Los belenes clásicos son un poco aburridos porque les falta un malo con entidad, como pedía Hitchcock: los soldados de Herodes están todo el día tiesos, de imaginaria, qué soseras. Y aquí es donde yo veo a Josemari Aznar en el papel de chacal Anubis que, junto al pesador de corazones, se dispone a devorar todos aquellos que no den el peso. O el perfil. Guau.