Antonio Alemany se ofende si le dicen que tiene un ego notable, sólo lo acepta sobresaliente. Su desparpajo ha dejado estupefacta a España entera, pero no a quienes habíamos escuchado de sus labios una curiosa interpretación de su presencia en el banquillo. «Soy modestamente un icono de la derecha liberal, por eso me atacan». Sufre persecución, de la presunta corrupción al martirio.

Es pertinente recordar que Alemany no se amoldaba a las concepciones intelectuales de Matas, sino viceversa. Otra vez de sus labios, «hay una transmisión de ideología, pero de mí hacia Matas y no al revés». Es decir, que el president de Balears subía a la tribuna del Parlament para recitar el ideario del dicharachero periodista. La Audiencia no somete a juicio el reparto de papeles entre el ventrílocuo y su títere, notoria identificación que tuve la oportunidad de debatir con Alemany a lo largo de horas de emisiones radiofónicas. Tampoco pertenece a la esfera penal la excelente remuneración con fondos públicos del apóstol liberal.

El campo se embarra al contemplar el entusiasmo de Alemany cuando jaleaba, desde el periódico donde cobraba en privado, los discursos de Jaume Matas que cobraba en público. También esta dualidad cuenta con una explicación. «Tengo capacidad de abstracción y de independencia, no soy unidimensional». La relación sumarial de elogios al discurso propio ha omitido sus inflamadas páginas denigratorias, hacia quienes osábamos criticar las peroratas del entonces president. Por fortuna, siempre se quedaba corto en la enumeración de nuestros vicios.

Las alarmas resuenan con estruendo, y motivan el aparato penal desatado, al observar un riego adicional de cientos de miles de euros. Por no hablar del alambicado envoltorio de las cantidades de dinero ajeno abonadas por Matas a Alemany, y muy insuficientemente explicado por el emisor y el perceptor.

¿Por qué Alemany no cobraba directamente por sus discursos, como un carnicero o un dentista? En primer lugar, porque Matas debía guardar el equilibrio entre sus aliados irreconciliables Pedro Serra (Última Hora) y Pedro Jota (El Mundo), las dos piedras sobre las que había edificado su costosísima iglesia. El segundo lo apadrinó y le brindó proyección estatal, antes de convencerse de que le traicionaba con el primero.

Comoquiera que sea, en el momento definitivo se han invertido las tornas, y ha sido Matas quien ha escrito el discurso de Alemany, por mucho que el periodista se considere a ochenta mil libros leídos de distancia del president. El escritor en la sombra ha quedado enfangado en la presunta corrupción que embarra a todas las personas que se cruzan con el expresident, algunas tan distinguidas y blindadas como Calatrava o Urdangarín.