Desde la terminal del aeropuerto, el avión parece grande pero en cuanto te sientas dentro reparas en que te queda pequeño. Al volar en un avión, los humanos crecen y la prueba de ello es que, de unos años para acá, se cabe peor en los aviones. Hay personas que en la calle no alcanzan la mediana estatura y en el asiento del avión no les caben las piernas.

Otra prueba de este fenómeno es que los chavales de hoy son altos y es así porque subieron en aviones desde pequeños. En un avión actual, el bebé es el que viaja más cómodo. A pesar de que es el que tiene menos motivos para llorar, cuando le entra el berrinche al iniciar la maniobra de descenso, sus padres, incómodos por miedo a incomodar, explican que los cambios de presión les producen dolor de oídos. ¿No será por el crecimiento súbito?

Si nuestros mayores no son más altos es porque hasta hace 30 años volaban muy pocas personas y, entre ellas no se veían menores de edad. Así no había forma de crecer.

Todo el mundo nace pequeño pero eso es algo que la mayoría remedia con los años. «Alto» y «bajo» son conceptos que se tienden a relativizar —comparado con quién— pero nunca se han dejado en manos de cualquiera. Antes los marcaba el Ejército. Se tallaba a los varones y, con los datos de todos se establecía una media. Si estabas por encima de la media de tu quinta, eras alto; si por debajo, bajo. A los chavales que no les tocó el servicio militar obligatorio, los conceptos de alto y bajo se los explicaron Epi y Blas.

Es maravilloso (al estilo del país donde iba la Alicia de Lewis Carroll) lo que creces al entrar en un avión. A las personas altas, los aviones les resultan cada vez más incómodos por razones femorales. A las de mediana estatura les deja también mal cuerpo, por mala postura, pero les aumenta la talla de la autoestima porque crecen como si su viaje fuera a Liliput.