Ahora que las grandes firmas ha puesto en circulación el encaje como materia rescatada para la moda —y no como elemento decorativo de viejas damas— viene bien traer a la memoria a quien fue uno de sus grandes valedores: Marcel Rochas. Fueron sus vestidos y accesorios de chantilly, junto a los trajes chaqueta de hombreras marcadas, los que caracterizaron a aquel couturier que, con poco más de veinte años, empezó a imponer, a partir de 1925, un nuevo estilo en sus colecciones de aire juvenil y ultrafemenino.

Marcel Rochas fue uno de los primeros en dar el salto a Norteamérica, concretamente a Hollywood, donde se relacionó y vistió a las grandes stars Jean Harlow, Carole Lombard y, sobre todo, Mae West. Pero su estrella personal fue, sin duda, Hélène, con quien se casó en 1942, y a la que dedicó el perfume que se ha dicho que lleva el nombre más simple pero también el más bello: Femme. Era una fragancia sensual, creada por el mítico Eduard Roudnitska, presentada en un frasco firmado por Lalique (cuya forma de ánfora, dictada por el modisto, se supone inspirada por las exuberantes curvas de su amiga Mae West) dentro de un estuche ovalado, tapizado de tul blanco y forrado de negro encaje chantilly. El lanzamiento fue más que original. Una mañana de diciembre de 1944, las mujeres más célebres de París recibieron una carta firmada por Marcel Rochas proponiéndoles la edición lujosa, limitada y numerada, de Femme, mediante suscripción, como si se tratara de un libro raro destinado a bibliófilos. La idea nutrió de comentarios al «todo París» y sirvió para que la duquesa de Windsor, la baronesa Rothschild, la vizcondesa de Noailles y actrices tan aclamadas como Michèle Morgan, Danielle Darrioux o Edwige Feuillère fueran las primeras en usar el nuevo perfume, que no llegó al gran público hasta un año después. Femme se consagró a la vez que la persona a quien estaba dedicado, Hélène Rochas, bellísima, inteligente y refinada, que a la prematura muerte de su marido en 1955 se convirtió en la primera mujer presidente/director general de la empresa perfumística, tras haberse cerrado ya la casa de alta costura (que se relanzó en 2002).

A Hélène se debe el que ha sido uno de los grandes perfumes del siglo XX, Madame Rochas: un sutil cóctel floral, obra de Guy Robert, en el que, además de jazmín y narciso, entran las rosas blancas, de las que era apasionada. Madame Rochas se benefició en 1960 de una presentación excepcional, con la inaugurción en el Palais Galliera de la exposición «Retratos femeninos», que reunió un centenar de obras de grandes artistas, desde Fragonard a Picasso, Renoir o Matisse. El frrasco era la reproducción de un ejemplar del siglo XVIII que la propia titular de la fragancia había hallado en un anticuario parisino. Rodeada siempre de bellos objetos y obras de arte, Hélène cultivó su buen gusto e impulsó otros afortunados perfumes, entre ellos la célebre Eau deRochas, colonia fresca a base de limón y verbena, que sigue vigente desde 1970.

Madame Rochas se retiró de los negocios en 1989, aunque continuó siendo una referente y distinguida figura social. Ella, que en 1965 había sido elegida una de las doce mujeres más elegantes del mundo, expresó sin medias tintas su actitud ante la eclosión de la minifalda. Dijo: «Siempre he cuidado mis rodillas, pero no para exhibirlas». Podrían tomar buena nota las mujeres que no vacilan en minivestirse, sin pensar que la osamenta es buena percha, a condición de vigilar la aparición de rótulas, paletillas o clavículas que estarían mejor tapaditas. Y esto valepara todas las edades: pienso en una foto de la muy festejada Carlota Casiraghi, que este verano «lucía» unas rodillas francamente impresentables. El espejo-espejito debería ser un consejero sin apelación.