Últimamente no tengo suerte con los aparatos. No hay mes en que en casa no se rompa algo. Cuando no es el televisor es el lavaplatos o la aspiradora. Esto no es nuevo. Sí lo es que de forma abrumadora cuando un trasto se estropea, el técnico te acabe por decir que te sale más a cuenta comprar otro nuevo.

Vamos a ver, ¿tengo que tirar la tele que compré hace tres años porque la reparación me sale más cara que comprar otra? Pues por lo visto, sí. El último en morir ha sido el ordenador cuya reparación, por supuesto, no me interesa según el técnico, porque me va a salir por un pico y además es un modelo obsoleto que ya no admite las novedades ni los sistemas ni los juegos tridimensionales del peque. ¡Pero si sólo tiene dos años!.. una eternidad para un ordenador, por lo visto, de forma que si te descuidas aún estás pagando uno cuando ya tienes que comprarte otro.

Del ordenador no digo nada porque me parece algo mágico y extraño y hasta me puedo creer que de un año a otro se quede viejo, pero ¿y la campana extractora? Ahí no hay tu tía. Chupaba aire cuando la compre y chupan aire las que fabrican ahora. Entonces, ¿por qué los tres técnicos a los que consulté me dijeron que comprara una nueva sin apenas destriparla? ¿Es que les sobra el trabajo? ¿Es que cobran poco, los pobres? Y no me digan. Cuando consigues que uno venga a ver por qué la secadora no seca, entra por la puerta como si te hiciera el favor de tu vida.

Será que ando paranoica pero estoy convencida de que hay un complot universal entre las empresas que fabrican los cacharros para que se estropeen justo después de que acabe la garantía, un complot en que participan también unos técnicos que no deben ser humanos porque si no arreglan nada, explíquenme, ¿de qué viven?

Últimamente, después de haber cambiado la tele, la campana, la cafetera y el microondas y de estar a punto de comprar otro ordenador, me imagino el mundo lleno de aparatos medio nuevos que ya nadie repara amontonados en vertederos humeantes en una imagen apocalíptica amenizada por la música de Blade Runner en la que a los humanos ya no nos queda espacio donde vivir.

Y si no, basta imaginar que si una familia de cinco miembros como la mía se ha deshecho en un par de años de todos estos aparatos, en toda una vida y con tanta gente por el mundo, en algún momento seremos invadidos por carcasas metálicas y tubos catódicos. No sé, No dejo de preguntarme: ¿A dónde van los electrodomésticos perdidos? ¿Hay seres de vida nocturna que los reciclan para volver a vendérnoslos en un bucle eterno? ¿Son los técnicos en reparación de microondas extraterrestres invasores infiltrados? Jesús, qué fiebre. Necesito un aire acondicionado nuevo.