Cuando oí las primeras noticias sobre un crucero italiano que la otra noche encalló contra unos arrecifes de la costa toscana —dije el pasado verano que he ido a otro islote próximo a Marina de Carrara, propiedad de unos amigos— se mezclaron diversas noticias adversas, como las descalificaciones de la agencia Standard & Poor´s, la bajada al infierno de la deuda italiana, los dos escalones de bajón de la española y la pérdida de la triple A de la francesa. Lo uno, por incluir el peligro de muchas vidas humanas, era lo más perentorio, lo otro iba a tener más consecuencias y afectar a más personas, fueran o no de vacaciones en esta época o estuvieran en plena cuesta de enero.

Y es que Europa no es lo que era. El crucero Europa ha sido un lujo. Vázquez Montalbán lo llamaba «el último balneario» de la Tierra, pero ha ido decayendo por una pendiente peligrosa y cada vez nos sorprende con un golpe más fuerte y más bajo. Félix de Azúa pensaba que Barcelona o Catalunya era un Titanic que se hundía con CiU a la cabeza y el nacionalismo localista. Ahora sabemos que aquella autonomía y la Comunitat Valenciana se hundían en el déficit y nunca pensábamos hasta qué extremos de penuria llegarían. España entera habría de hacer sacrificios y sufrir recortes sin cuento (siguen las rebajas en servicios públicos).

El crucero Europa, por llamarle así, tiene buena fama y constantemente se mira con complacencia, si escuchamos los discursos de sus líderes, aunque últimamente parecen sadomasoquistas (el otro crucero, el italiano, el de Costa Cruceros, hace una publicidad muy flamante y la vi un poco antes de oír el noticiario francés de TF-1, con su eslogan «El paraíso a bordo» y a continuación vi el barco de costado y la gente que se había salvado en la noche en la isla de Giglio, en un desastre tremendo). En Europa, los parados, los sin techo, los emigrantes desatendidos, los empobrecidos son muchos millones, y cada día aumentan en todos esos apartados. Algunos son tan difíciles de recuperar como los ahogados del crucero italiano, están bajo la línea de flotación.

El crucero Europa también está embarrancado, inmovilizado entre unos y otros. Entre los escollos del paro, la deuda, la prima de riesgo, el BCE, los mercados, la competitividad, la mala fiscalidad, las políticas más monetaristas que sociales, la práctica del sálvese quien pueda (en la bajada del euro se ha vivido algo similar al salvamento del crucero de Costa). No sabemos si lo van a reflotar o si lo veremos hundirse ante nuestros ojos. Tal vez no haya bastantes botes salvavidas para todos (¿va a ser a dos o a cuatro velocidades?). Así que cunde la alarma y el desánimo. Tardaron en dar el aviso. Y resulta cada día más difícil. Como si fuera demasiado tarde.