Le conocí en 1983, cuando logró despegar a AP de una minoría de nueve diputados a la cifra de 106, siendo reconocido por el presidente González con el título de «líder de la leal oposición». A pesar de su larga historia política y de su liderazgo, Fraga era una persona asequible y cercana a cualquiera de sus militantes, a quienes recibía en su despacho con absoluta puntualidad y sin mayores exigencias que el solicitar una entrevista. Así le visité en varias ocasiones y pude establecer la tremenda diferencia de su comportamiento con el de muchos líderes del partido a niveles mucho menos importantes, que interponían verdaderas legiones de secretarias y escoltas a sus afiliados. Quizá ese fuera su problema, ser tan asequible a las informaciones muchas veces mal intencionadas, pero a las que interponía el filtro de su sensato sentido común. Si hacemos como una vista aérea de su larga gestión, veremos que destacan cuatro acontecimientos: la Ley de Prensa, el baño de Palomares, los sucesos de Vitoria y su frase «la calle es mía».

La Ley de Prensa fue la primera señal de apertura del régimen, que derogaba la Ley de Censura Previa para la Prensa de 22 de abril de 1938 elaborada por el general Millán Astray. Hasta Fraga, no se podía publicar nada sin que lo aprobase el Gobierno. A partir de Fraga, todo se podía publicar, naturalmente bajo el principio de la responsabilidad del autor y del medio. Si se piensa ahora, no se comprende que el franquismo aceptase con tanta facilidad un cambio tan radical como trascendente en los medios de comunicación. Pero Fraga lo consiguió.

El baño de Palomares fue una aventura atrevida y rondando la irresponsabilidad, que fue tomada en un arranque del apasionado patriotismo fraguista que dio la vuelta al mundo. Porque allí estaban las bombas y no estaba muy claro su comportamiento. Cualquier fisura contaminaría las aguas por siglos. Pero allá fue don Manuel con todos sus asalariados, calmando las opiniones y dejando que con cautela se solventase el problemón.

Los sucesos de Vitoria son una insidia intolerable para la historia. El 3 de marzo del 76, unos 4.000 huelguistas en espera de su convenio se concentraron en la iglesia de San Francisco de Asís de Vitoria, mientras otros 5.000 lo hacían fuera. La escasa policía que se había enviado perdió los nervios y entró en el templo disparando las metralletas, provocando tres muertos y medio centenar de heridos. Al día siguiente murieron cuatro más. Como el ministro del Interior era Fraga, todo el mundo se lanzó a su carótida y al paso del tiempo, el acontecimiento se ha acreditado como responsabilidad de Fraga. Pero la realidad es que don Manuel estaba en Alemania durante tres días y el Ministerio de Interior se había acumulado al del ministro Adolfo Suárez. Ante la gravedad de los hechos, el presidente Arias delegó en los ministros Suárez, Osorio y Martín Villa para reforzar el orden público para el entierro de las víctimas, que reunió a unas 50.000 personas. Fraga, ajeno a lo ocurrido, cuando regresó a España, en un gesto responsable, fue a visitar a los heridos, soportando críticas de los familiares que le preguntaban si es que iba a rematarlos.

En cuanto a «la calle es mía», es una frase que define su sentido de la responsabilidad, defendiendo la parcela de común propiedad de los españoles que debe mantenerse con un mínimo de orden y garantías para la globalidad de los ciudadanos.

Fraga fue un hombre comprometido y consecuente con sus ideas. Soportó críticas, descalificaciones, traiciones y humillaciones a cambio de seguir con firmeza su proyecto de España. Era un centenario roble clavado en el centro de España, soportando vendavales y tempestades. Y, como Mao, vivió derrota, tras derrota, tras derrota, hasta la victoria que aún pudo lucrar en su plenitud de una España gobernada casi totalmente por su partido. Descanse en paz.