Mi centro de estudios sociológicos siempre ha sido el quiosco, no tiene tantos ociosos como la barra del bar. Desde hace algunos años es el quiosco de Reme. Los que consideramos el quiosco un punto neurálgico de la ciudad aún pertenecemos a la cultura de la letra impresa y la sucesión de soles que alumbra un diario cada día. Esa cultura y ese lector recurren al periódico como trinchera y abrigo, más para confirmar las propias certezas que para sentirse impugnado por las ajenas, pero un buen periodista —o escritor— es el que sigue diciéndonos aquello que nadie quiere leer.

Pues en el quiosco veo que Tiempo —una revista de cuando la política aún no era una rama del reallity— te da por tres euros y medio, tres películas en DVD (además del hebdomadario). Me la compro: por las pelis. Pero entra una señora a devolver la revista de patrones y modas porque «no es la que buscaba». O porque ya ha fotocopiado los patrones que quería, pienso yo que tengo más conchas que un galápago. También está el que coge el periódico, vacía los bolsillos de calderilla y se larga. A veces, la calderilla no está completa. O muy mutilada. Hay —dicen los técnicos de Hacienda— más de diecisiete millones de españoles que ganan menos de mil euros al mes (63% de los sujetos fiscales) y medio millón de emigrantes nos abandonaron en el último año, aunque sólo fuera para certificar que, para hundirnos, nos bastamos nosotros solos sin la ayuda de las huestes del moro Muza.

Esta precariedad encadenada de remiendos, chapuzas y parches, esa constelación de pulsiones escasas y contenidas, esos enlaces de roña y considerandos tan de toda la vida, ese andar tieso pero boqueando (vuelven las costureras), nos ha convertido en un mixto de las Fundaciones de Asimov y El Buscón de Quevedo, un producto del amor entre el detective de Emarsa y la clòtxina de la Ciutat de les Arts: a modernos no nos va a ganar nadie, y en la verdulería la gente espera a que las piñas a 3,50 se pasen un poco para comprarlas a un euro. Se ha muerto Fraga, pero parece que haya resucitado. Y mozo.