Dejando a un lado su activo trabajo para la dictadura, la verdad es que Fraga en la transición anduvo como un pato mareado: en el Gobierno de Arias Navarro (1976) no supo empujar la reforma y su autoritarismo le llevó a la represión.

Luego desdeñó a Adolfo Suárez, tronó frente a la legalización del Partido Comunista (verdadero punto de inflexión), y ante las urnas erró de forma clamorosa al montar un partido con franquistas sin reciclar (los «7 magníficos»), al que la UCD de Suárez laminó en junio de 1977.

En la oposición fue un regalo para el PSOE, que le había tomado la medida y alegraba sus oídos con aquello de que «en su cabeza cabe el Estado».

No obstante, aunque nunca consiguió llevarla al poder, acabó uniendo en un gran partido democrático a la derecha española (incluida la ultra), que fragmentada siempre ha sido un peligro. Esa ha sido su gran contribución a la democracia.