Existe un tipo de mujer que me provoca un respingo cada vez que aparece en televisión y que ostenta el poder con una malevolencia de la cual parecería relamerse. Una de ellas es Soraya Sáenz de Santamaría, primera leal voz de su amo y que anuncia con sonrisita perversa las medidas sin fondo de recortes a todo lo público echándole la culpa a la herencia del PSOE. Dato curioso, porque en Valencia lleva gobernando más de veinte años el PP y está en quiebra total, con que ya podría buscarse otro argumento un poquito mejor.

No hay más que darse una vuelta por los medios para saber cómo están los juzgados de la Comunitat. Si no me patinan las neuronas, nos están endosando unas facturas de agua que dan la impresión de ser los recibos de las juergas, traductoras, joyas, armanis, viajes, mercedes, para goce y disfrute de los allegados y familiares de la trama Emarsa. O sea, que, volviendo a Soraya, esa mujer que no tiene un paquete, sino dos y a lo mejor, en vez de cuadrados, hexagonales, nos va soltando cada pocos días los tijeretazos, mayormente privatizaciones en empresas públicas, que se pagaron con los impuestos ciudadanos, mientras Rajoy aparece y se esconde cuando lo considera oportuno.

Entre Santamaría, dejando caer con tonito de hiena que había un déficit inesperado del 8 % en la caja de la Seguridad Social, pero que los pensionistas estuvieran tranquilos (ya ha sembrado la incertidumbre de nuevo), y la madre de una enferma de diabetes recogiendo siete mil euros para readmitir a una científica en el Centro Príncipe Felipe, existe una zanja enorme de integridad y principios. Mientras a la una le importa un bledo el bienestar y progreso de los trabajadores, a la otra le sobra gratitud, deseo del bien común e investigación científica para logros que deriven en los afectados por enfermedades no comunes. O sea, que volvemos al cilicio con Soraya anunciando que esto sólo es el inicio del inicio de decretazos, con Dolores de Cospedal, mantilla, peineta y olé, cerrando más casas de acogida para las víctimas de maltrato, y con Rita Barberá, que gusta de gastar en florear un puente y dejarnos sin limpiar a fondo las calles de los barrios menos finos (pero bien que nos lo cobra en el recibo del agua).

Sin embargo, lo que tiene valor aparece en letra pequeña: otras mujeres que tejen pequeños y conmovedores parches a todo aquello que las fieles servidoras de la patria y de sus dueños van arrasando y destrozando, sin ninguna conciencia del sufrimiento que están causando a sus hermanas de género. Tiene malaje el triunfo de un tipo de mujer que quiere ser poderosa imitando a los peores ejemplos de hombres que luchan por el poder, superándoles hasta sobrepasar el arquetipo de varón con armadura. No leerán jamás El país de las mujeres, de Gioconda Belli, donde montan un partido femenino erótico de la izquierda. No caerá esa breva.