La ciencia afirma que las personas involucradas en tareas que exigen una notable concentración y desgaste suelen deslizarse hacia el egoísmo. Asimismo, recurren al lenguaje sexista y a los comentarios superficiales. Los expertos en las crisis psicológicas sostienen que la sobrecarga mental debilita el autocontrol, pudiendo cursar con excesos que mueven a la perplejidad. Nadie duda de que el estrés arriba descrito se debe asociar obligatoriamente a la gerencia del FMI, lo cual disculparía a Dominique Strauss-Kahn. La implicación en la Casa Blanca exoneraría a Kennedy o Bill Clinton, en tanto que la tensión de la alta competición exime a Tiger Woods y los Ronaldos.

Dándole la vuelta al calcetín, las personas autocontroladas son unas vagas entregadas al ocio improductivo. La psicología, ciencia eminentemente femenina, sale así en defensa de los gobernantes adúlteros. Los muy réprobos serían cobayas del machismo ilustrado. El vaciado del ego libera la bestia que llevamos dentro.

Newt Gingrich es el eterno candidato Republicano a la Casa Blanca, famoso por su tenacidad y sus infidelidades. Imitaba los adulterios de Clinton mientras denunciaba el escándalo de Monica Lewinsky. Confesó que sus escarceos «estaban parcialmente impulsados por la pasión que yo sentía por mi país». Tápense los oídos si quieren, pero el discurso transmite la imagen de un político acostándose con toda una nación. Y sobre todo, de un hombre que sucumbe a la lubricidad porque está concentrado en misiones sagradas.

Cuesta deslindar si hay políticos seriamente enfermos, o si sólo las personas seriamente enfermas se dedican a la política. Una vez constatado que la psicología y tal vez la fisiología condenan a los gobernantes al apetito sexual descontrolado, cabría establecer unas mínimas reglas de etiqueta. Por ejemplo, la imposición de un tope de una sola amante, para preservar las formas.

Ampliando ligeramente el foco, la comprensiva psicología enseña que no cabe culpar a Einstein por no haber sido un buen padre de familia. Y a quienes proponen la receta de la mesura, esta virtud no hace avanzar la civilización, según se desprende del mal ejemplo de Steve Jobs.