Han pasado unas pocas semanas desde el cambio de gobierno, las suficientes como para intuir que éste va a ser el gabinete más aburrido de la democracia. De aquí a no se sabe cuándo sólo se va a hablar de escaseces y austeridades, economía hasta en el cocido, aunque más pronto o más tarde la derecha de la derecha volverá con el cirio del aborto y las bodas homos para animar el debate político, entre feto y feto. Centrar y concentrar la acción gubernamental en las operaciones elementales de las matemáticas puede resultar muy efectivo, y altamente monótono también. Pero Rajoy prometió ser previsible hasta la muerte, lo cual nos exime de seguir viendo esa telenovela sin intriga porque ya sabemos como va a terminar. Ni un gramo de locura, ni una chispa de espectáculo, ha debido de pegársele después de su encuentro con el chulito de Sarkozy.

A la derecha se le perdonan cosas que serían inadmisibles si mandara la izquierda. Los mismos incondicionales de la izquierda practican con los suyos esa intransigencia que no suelen ejercer cuando mandan los demás. Así que Rajoy lo tiene a huevos. La opinión pública es una veleta muy poco fiable, que gira según la influencia mediática de los modos y las modas. Y más aún en los tiempos de Internet, la gran factoría del pensamiento simple, o simplificado: una ideita, o un exabrupto, condensada en ciento cuarenta caracteres, ni uno más, como pasa en algunas redes sociales, paraíso del aforismo desechable al alcance de todos. Los de Rajoy nos van a recortar hasta el alma, pero a fuerza de sólo oir hablar, o parlotear, de la crisis, el personal está ya perfectamente anestesiado y dispuesto para ser abierto en canal.

Anoche soñé que el gobierno, no pudiendo recortar ya nada más, ordenaba un recorte de miembros, amputándonos una u otra parte del cuerpo según la base imponible de cada cual. A los que pagan menos les rebanaban los dos brazos para compensar, por miserables, y a las rentas más altas únicamente una oreja o un par de dedos, a elegir. Cuando hayan recortado el último recorte y nada quede ya por recortar, la gente, que es muy desconsiderada y capaz de todo con tal de llamar la atención, comenzará a morirse por falta de quirófanos.

Lo de la educación es menos grave. El sistema es tan laxo y el alumnado sale tan inculto de las aulas que no sería un grave perjuicio que quedaran clausuradas durante algún tiempo, por el impago de la luz.

El zapaterismo fue un régimen alegre y dicharachero, siempre a la última en asuntos con repercusión mediática. Zapatero tenía el instinto de la audiencia, y habría dirigido mejor una cadena de televisión que un país. Sus torpezas dieron de comer a muchos tertulianos que, presuntamente, podrían terminar en el paro con el átono Rajoy. Nunca faltaba una guerra civil por desenterrar, con tal de sacudir la monotonía. La historia dirá que no hubo color entre meterse con Zapatero o hacer lo propio con Rajoy. El nuevo de Moncloa está consiguiendo la muda aceptación de los hechos que se observa en los velatorios, con su aspecto de pulcro enterrador del estado del bienestar, que en España fue un invento del franquismo, con perdón. Si dicen que los regímenes democráticos son aburridos por definición, el de ahora promete ser el mas democrático de los regímenes. Menos mal que tenemos a Urdangarín para darle morbo a la legislatura. Hasta en esto ha sido afortunado el tedioso Rajoy.